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HECHOS - En La Procesión Triunfal De Cristo
Estudios sobre los Hechos de los Apóstoles
PARTE 1 - La Fundación De La Iglesia De Jesucristo En Jerusalén, Judea, Samaria Y Siria - Bajo el patronato de Pedro, guiado por el Espíritu Santo (Hechos 1 - 12)
A - El Crecimiento Y Desarrollo De La Iglesia Primitiva En Jerusalén (Hechos 1 - 7)

10. El sermón de Pedro en el Templo (Hechos 3:11-26)


HECHOS 3:11-16
11 Mientras el hombre seguía aferrado a Pedro y a Juan, toda la gente, que no salía de su asombro, corrió hacia ellos al lugar conocido como Pórtico de Salomón. 12 Al ver esto, Pedro les dijo: «Pueblo de Israel, ¿por qué les sorprende lo que ha pasado? ¿Por qué nos miran como si, por nuestro propio poder o virtud, hubiéramos hecho caminar a este hombre? 13 El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha glorificado a su siervo Jesús. Ustedes lo entregaron y lo rechazaron ante Pilato, aunque este había decidido soltarlo. 14 Rechazaron al Santo y Justo, y pidieron que se indultara a un asesino. 15 Mataron al autor de la vida, pero Dios lo levantó de entre los muertos, y de eso nosotros somos testigos. 16 Por la fe en el nombre de Jesús, él ha restablecido a este hombre a quien ustedes ven y conocen. Esta fe que viene por medio de Jesús lo ha sanado por completo, como les consta a ustedes.

Cuando las multitudes perciben el poder de un determinado líder, corren hacia él para recibir algunos de sus dones. Por desgracia, se ha experimentado que la mayoría de los líderes no dan el poder de Dios a sus seguidores, sino que propagan y difunden sus propios poderes. Prometen a sus seguidores con cuerdas de oro y plata y nunca lo cumplen.

Pedro se asombró de la actitud de los judíos, pues no reconocían la verdad, ni actuaba en ellos el poder de Dios. Así que les liberó primero de honrar su persona para que no confiaran en su propio don, sino sólo en Dios, como dice el Señor: "¡Maldito el hombre que confía en el hombre!". Pedro testificó que el poder humano y la piedad religiosa no podían quitar los pecados, ni curar a los enfermos. Los hombres son inútiles. No son más que pavos reales hinchados que se pavonean.

Entonces el apóstol señaló al único hombre que podía dar a nuestro perturbado mundo poder y esperanza. Este hombre es Jesús de Nazaret. Pedro no lo llamó Cristo, sino que utilizó la palabra "Siervo de Dios" para describirlo, que significa en griego el sirviente de Dios y al mismo tiempo se refiere a la sumisión de Cristo a su Padre, pues en esta sumisión voluntaria encontramos la perfección y el triunfo de Cristo. También porque el Hijo de Dios se despojó de su reputación, se hizo hombre, se humilló tomando la forma de siervo y se hizo obediente a la voluntad de su Padre hasta la muerte, incluso la muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre. Así pues, es correcto que Pedro diga que Dios glorificó a su Siervo Jesús, pues la glorificación del nombre de Jesucristo es el fin del Espíritu Santo, que es Dios mismo.

Pedro no habló en nombre de un gran Dios imperceptible y desconocido, sino que llamó a Dios el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, porque se manifestó a aquellos patriarcas a los que eligió y no dejó. El Dios de los padres de la nación resucitó a su Siervo Jesús de entre los muertos. Este acontecimiento eficaz y divino fue el emblema de la predicación de los apóstoles. Jesús, que fue crucificado, no permaneció muerto, sino que está vivo. Los apóstoles son testigos de que lo vieron, hablaron con él y se aseguraron de su vida y de su extraño cuerpo después de la muerte.

El Espíritu Santo no se contenta con mostrar la gracia y el triunfo de Dios, sino que siempre ataca los pecados más íntimos del hombre, pues el Espíritu de Dios es santo. La nación judía no recibió al Elegido de Dios, sino que lo rechazó y negó, aunque el gobernador romano lo encontró inocente. Insistieron al gobernador pagano para que tergiversara la verdad y crucificara al Hijo de Dios. Este discurso no estaba lejos de la Torre de Antonia, que llegaba hasta el espacio abierto del templo, donde Jesús ya había enseñado en el Pórtico de Salomón. Los oyentes sintieron la injusticia que cometían, cuando estos edificios eran testigos en su contra. Pedro, el pescador de hombres, continuó su discurso. Quitó los velos de piedad de los rostros de los asesinos, y les remarcó el rechazo de ellos al Cordero de Dios, y su elección a Barrabás, el asesino y bandido. Esta elección reveló su espíritu malvado y su mente reacia.

El Espíritu Santo instó a Pedro a llamar a Cristo, nacido del Espíritu Santo, "el Santo". Siguió siendo justo, aunque llevó el pecado de todo el mundo. Este inocente era la vida encarnada de Dios. El que continúa sin pecado no morirá para siempre. Sin embargo, en la muerte de Jesús ocurrió lo imposible: El Príncipe de la vida murió. Para aclarar la esencia de Jesús, ante las multitudes Pedro no utilizó en su discurso los títulos "Cristo", o "el Hijo de Dios", sino que puso todos sus significados en el nombre de Jesús.

El orador continuó su juicio contra los asesinos gradualmente y dijo: "Dios amaba a Jesús de Nazaret. Pero ustedes han resistido al Espíritu de Dios y han matado al Hijo amado del Santo. Son criminales, enemigos y adversarios de Dios. Han venido al templo a orar y a recibir la bendición, pero Dios no responde a sus oraciones, porque han matado al Siervo de Dios, Jesús el Justo.

Luego, el testigo inculto testificó que Dios extendió su mano y no tomó a Moisés, Elías o Juan el Bautista, sino a Jesús, que fue despreciado y atormentado por los judíos. La resurrección de Jesús es la prueba de su santidad y de la conformidad con la voluntad de Dios. El Señor Jesús está vivo, presente y cercano. El testimonio de Pedro nos concierne y nos confirma que Cristo no se descompuso en la tumba como todos, sino que se deshizo de las ataduras de la muerte y ahora vive en la gloria de Dios Padre.

Para confirmar este temible mensaje a los judíos, Pedro remitió a sus oyentes al hombre curado que estaba en medio de ellos, al que conocían desde hacía muchos años. Sus músculos renovados y sus huesos enderezados eran la certificación de la validez del testimonio de Pedro y la prueba de la resurrección de Cristo.

Lucas, el médico, nos aclaró, a través del discurso de Pedro, que la curación viene sólo por gracia. Incluso la fe en Jesús es un resultado de la gracia del Salvador en el hombre. La fe en el nombre de Jesús significa la confianza en su presencia, la certeza de su voluntad salvadora, nuestro compromiso con el Médico sanador y la adhesión a su palabra liberadora. El nombre de Jesús está lleno de poder. No hay ningún poder constructivo en nuestro mundo excepto este nombre único, Jesús. El Espíritu Santo salva, cura y santifica sólo en este nombre único. No es de extrañar que Satanás haya intentado de mil maneras distorsionar este nombre, hacer que la gente lo olvide, o cambiarlo por otros nombres prominentes. Ahora, querido hermano, tienes conocimiento y oído de la verdad. En el Hombre Jesús de Nazaret habitaba toda la plenitud de la Divinidad corporalmente. El que se entrega a él experimenta su poder. El poder eterno de Dios se perfecciona en nuestra debilidad.

La fe efectiva es un gran misterio, porque es la valentía y la seguridad del creyente que pone su confianza completamente en el nombre de Jesús. Su confianza crece a través de la mirada continua al Salvador. Jesús espera tu fe indivisible, tu adhesión al crucificado y tu compromiso con el poder de su resurrección. Acércate a Jesús, porque él es el autor y el consumador de tu fe. Cerca de él tu alma se recupera, tu espíritu se refresca y tu vida se justifica. Tu fe te ha salvado.

ORACIÓN: Oh Señor Jesucristo, te damos gracias porque nos has revelado tu nombre y nos has aclarado que eres el Dios verdadero del Dios verdadero, en una sola esencia con el Padre. En ti actúa el poder del Poderoso. No nos rechaces de tu presencia, y no nos quites tu Espíritu Santo, sino llénanos con el elemento de tu amor para que podamos continuar en tu poder y difundir tu nombre en todo el mundo.

PREGUNTA:

  1. ¿Qué significa la fe en el nombre de Jesús de Nazaret?

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