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1. El orden del verdadero matrimonio (Mateo 19:1-6)
MATEO 19:1-6
1 Cuando Jesús acabó de decir estas cosas, salió de Galilea y se fue a la región de Judea, al otro lado del Jordán. 2 Lo siguieron grandes multitudes y sanó allí a los enfermos. 3 Algunos fariseos se acercaron y, para ponerlo a prueba, le preguntaron: —¿Está permitido que un hombre se divorcie de su esposa por cualquier motivo? 4 —¿No han leído —respondió Jesús— que en el principio el Creador “los creó hombre y mujer” 5 y dijo: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y los dos llegarán a ser uno solo”? 6 Así que ya no son dos, sino uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. (Génesis 1:27, Marcos 10:1-12, 1 Corintios 7:10-11)
Después de abordar el tema del orgullo y la enemistad en la Iglesia, Jesús habló sobre el orden del matrimonio. Para nosotros, los cristianos, el matrimonio es una fuente de bendiciones constantes si ambas partes permanecen en Cristo. Un hombre y una mujer cristianos se casan según las instrucciones de Dios, no por dinero, honor, belleza, facilidad o conformidad con las expectativas de los parientes. En cambio, forman una unidad bajo la guía del Espíritu Santo y son capaces de orar juntos. Así, pueden vivir en felicidad, casi como si estuvieran en el cielo, porque el amor de Dios les responde con muchas bendiciones.
Dios no intentó ninguna forma de poligamia, sino que creó una mujer para un hombre. La monogamia implica la unión de los corazones. Es imposible dividir el amor en partes. No habría armonía ni paz si un hombre amara y se casara con varias mujeres.
El amigo de Dios, Abraham, es un ejemplo de vida infeliz cuando se casó con una segunda mujer además de su primera esposa. El resentimiento, la decepción, el sufrimiento y las lágrimas aumentaron como resultado de ello.
Aunque la Ley de Moisés permitía el divorcio por causa justa, algunos piensan que hubo una controversia entre los fariseos. Querían saber qué tenía que decir Cristo al respecto. Las estipulaciones matrimoniales han sido numerosas y, a veces, intrincadas y desconcertantes. No son hechas así por la ley de Dios, sino por las concupiscencias y locuras de los hombres. A menudo, en estos casos, las personas han decidido, antes de preguntar, lo que van a hacer.
Su pregunta era: "¿Es lícito que un hombre se divorcie de su mujer por cualquier motivo?". En caso de fornicación, se concedía el divorcio. ¿Podría el pueblo hacerlo sin restricciones por cualquier razón? ¿Podría cualquier motivo, por frívolo que fuera, servir de excusa para un hombre, aunque se basara en cualquier aversión o disgusto? La tolerancia lo permitía cuando aconteciere que ella no hallare gracia en sus ojos “por haber encontrado en ella algo indecoroso" (Deuteronomio 24:1). Esto lo interpretaron tan ampliamente que cualquier ofensa, aunque no tuviera causa, era motivo de divorcio.
La pregunta fue hecha para tentar a Cristo; sin embargo, siendo un caso de conciencia y de peso, Él dio una respuesta completa. En su respuesta, establece los principios que demuestran que los divorcios arbitrarios, como los que se usaban entonces, no eran lícitos en modo alguno.
Para demostrar el fuerte vínculo entre el hombre y la mujer, Cristo exhorta a tres cosas:
El conocimiento de las Escrituras sobre la creación de Adán y Eva. “¿No han leído?” Lo han leído (pero no lo han considerado) “Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios; hombre y mujer los creó.” (Génesis 1:27; 5:2). Los hizo hombre y mujer; una mujer para un hombre, para que Adán no pudiera divorciarse de su mujer y toma otra, pues no había otra que tomar. Asimismo, daba a entender una unión inseparable entre ellos. Eva era una costilla del costado de Adán, de modo que él no podía repudiarla. Ella era parte de él, "carne de su carne", en su creación.
La ley fundamental del matrimonio establece que “dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer”. La relación entre marido y mujer es más estrecha que la que existe entre padres e hijos. Ahora bien, si la relación padre-hijo no puede destruirse fácilmente, mucho menos puede romperse la unión matrimonial. ¿Puede un hijo abandonar a sus padres, o puede un padre abandonar a sus hijos, por cualquier causa? No, de ninguna manera. Mucho menos puede un marido repudiar a su mujer, porque la relación es más estrecha y el vínculo de unidad es más fuerte que entre padres e hijos. La relación entre padres e hijos es reemplazada por la relación matrimonial cuando un hombre deja a sus padres para unirse a su esposa.
La naturaleza del matrimonio como la unión de dos personas: “y los dos llegarán a ser una sola carne”. Los hijos son parte de un hombre, pero su esposa es él mismo. Así como esta unión conyugal es más estrecha que la relación entre padres e hijos, equivale a la unión de los miembros de un mismo cuerpo. Esta es una razón por la cual los esposos deben amar a sus esposas y también una razón para no repudiarlas, “pues nadie ha odiado jamás a su propio cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida” (Efesios 5:29). “Y los dos llegarán a ser una sola carne”, lo cual implica que no debe haber más que una esposa, pues Dios hizo a Eva para un solo Adán (Malaquías 2:15). De esto se infiere: “Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.
Si aún no estás casado, pide a tu Señor que te guíe hacia una mujer que crea en Cristo, que sea adoradora, contenta y humilde, y que encuentre en la Santa Biblia un poder cotidiano que la capacite para sobrellevarte con perseverancia. La fe conjunta en el Salvador es la base sólida para una familia fuerte y capaz de superar los problemas de la vida.
Una joven no debe rendirse a las tentaciones y aventuras sexuales pensando que esto acelerará su matrimonio. Es una creencia errónea. Lamentablemente, encontramos tales prácticas entre los que dicen ser cristianos. Una mujer debe pedir a Dios un esposo que la ame como Cristo amó a la Iglesia. Si se cumplen estas condiciones, el Señor da en el matrimonio una unión elevada, más allá de lo carnal.
No nos casamos para satisfacer la lujuria, sino para servirnos en amor. En el pacto matrimonial, ambos cónyuges deben vivir en el perdón mutuo, que tiene su origen en el amor de Dios. Ese es el secreto de un matrimonio feliz. El miembro más fuerte en el matrimonio es quien primero supera su ira pidiendo perdón con amabilidad, no con resentimiento.
El amor no significa debilidad. Si uno de los cónyuges se equivoca, es perezoso, derrocha recursos, consiente demasiado a los hijos o los trata con dureza, el otro debe orar pacientemente y testificar con humildad ante la falta. Debemos recordar que la palabra de Cristo abarca a los cónyuges y sus objetivos, pues Él dice: “Busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, entonces todas estas cosas les serán añadidas” (Mateo 6:33). Si los cónyuges presentan sus cuerpos como un sacrificio vivo, aceptable al Cristo vivo, su Espíritu, sus virtudes y su paz se manifestarán en su matrimonio.
ORACIÓN: Padre celestial, te damos gracias por el don del matrimonio bajo la guía de tu Espíritu. Nos elevaste de lo impuro a una unión espiritual y corporal en la verdad, casados con creyentes para que podamos vivir en santidad, amarnos, servirnos y confiar el uno en el otro con fidelidad. Por favor, haz que el testimonio de las familias cristianas sea claro sobre tu amor y sea una luz en medio de la oscuridad del mundo.
PREGUNTA:
- ¿Cuáles son los principios importantes en el matrimonio cristiano?