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1. La primera persecución de la Iglesia cristiana en Jerusalén y la dispersión de los creyentes por Samaria (Hechos 8:1-8)
HECHOS 8:1b-3
(1 b) Aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia en Jerusalén, y todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria. 2 Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él. 3 Saulo, por su parte, causaba estragos en la iglesia: entrando de casa en casa, arrastraba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel.
Los oyentes se llenaron de rabia por lo que habló Esteban al considerarlo como una blasfemia pública. Oyeron su oración de intercesión y se volvieron más rencorosos, pues el blasfemo no pedía gracia y misericordia. Los indignados corrieron a los barrios de los judíos helenistas que se hicieron cristianos para matarlos, pues habían empezado, como Esteban, a predicar al pueblo de Jerusalén con amor, lógica y orden. Los jefes de los sacerdotes encendieron el odio en el pueblo, y el fuego de la venganza se extendió en exceso. Aparecieron viejas rencillas, celos a causa de las bendiciones obtenidas, e ira hirviente por romper las costumbres. En aquellos días se derramaron muchas lágrimas en Jerusalén, por padres arrebatados a sus hijos, hombres separados de sus mujeres, y jóvenes de sus madres viudas.
Saulo era celoso y fanático. Se le proporcionó un documento autorizado del alto consejo para destruir la llamada herejía de Jesús. El consejo de Gamaliel no tenía un valor más notable, pues todo judío que no estuviera establecido en la ley y los ritos era perseguido. De este modo, Saulo entraba en las casas con violencia, en compañía de una fuerte compañía para ello, detenía a hombres y mujeres y los encarcelaba para que fueran juzgados, azotados y condenados a muerte, a no ser que renunciaran a Cristo. Después, Pablo confesó con lágrimas que había perseguido a la iglesia cristiana y obligó a los fieles creyentes a blasfemar contra el que había resucitado de entre los muertos. Su manera de sostener la ley de manera inflexible lo hizo ciego y sin amor. Era como un endemoniado. No se dio cuenta de que el amor es el cumplimiento de la ley, sino que sirvió a Dios con la espada, y no fue consciente de que con ello se convirtió en un demonio.
La mayoría de los cristianos huyeron a las regiones vecinas. Vivían en cuevas y huían a pueblos lejanos, incluso a la despreciada Samaria, para refugiarse de la mortal persecución. La gente les preguntaba: "¿Por qué corren desconcertados sin comida ni vestido?" Ellos respondían: "Amamos a Cristo y amamos a nuestros enemigos. Por eso nos persiguen". De este modo, comunicaron a la gente la buena noticia de que Cristo había resucitado de entre los muertos. Cristo hizo que su iglesia en Jerusalén decayera, y permitió que se fragmentara. El malvado enemigo se abalanzó como un águila desde el cielo azul sobre una bandada de gallinas que se dispersaron con miedo a todas partes. Así que comunicaron el evangelio, según la exigencia de Cristo, desde Jerusalén a cada pueblo judío, y a Samaria. La procesión triunfal de Cristo nunca se detiene. Sigue su camino hasta el fin del mundo, a toda lengua y tribu, hasta que Cristo vuelva.
No todos los cristianos huyeron de Jerusalén, pues los apóstoles que se quedaron en ella estaban dispuestos a morir. Permanecieron con los ancianos y las viudas, consolaron a los que caían y cuidaron de los huérfanos y los desposeídos. Los apóstoles parecían pastores fieles. No buscaban su propia liberación, sino que cuidaban de su rebaño, especialmente en los días malos. Probablemente los apóstoles se escondían con sus muchos amigos que habían experimentado la bendición de las curaciones por sus manos, o tal vez esos apóstoles no eran perseguidos porque eran judíos fieles a la ley y a los ritos, que habían honrado el templo en sus continuas oraciones, y no eran como sus otros hermanos cristianos liberados, como Esteban.
Es extraño ver que no todo el pueblo de Jerusalén se indignaba contra los cristianos, excepto los estrictos acompañantes del alto consejo, que buscaban en todas las callejuelas nada menos que borrar el último rastro de los que tenían el Espíritu Santo en ellos para que el nombre de Jesucristo no fuera más recordado. A pesar de este tumulto, muchos judíos devotos, que no habían aprobado la lapidación de Esteban, se reunieron. Llevaron el cuerpo de Esteban a un lado, lo enterraron decentemente y lo lloraron con fuertes gritos, para que la ira de Dios no cayera sobre ellos y sobre su ciudad a causa de esta gran injusticia. Amaban al siervo de la verdad y al hombre de amor que les había servido como el ángel de Dios en la tierra. Aquellos hombres devotos estaban cerca del espíritu del Evangelio. Sin embargo, no se atrevían a unirse al cristianismo en público.
Querido hermano, ¿estás preparado para sufrir cuando llegue la hora de la persecución? ¿O prefieres huir? Escucha atentamente la voz del Espíritu Santo que te guía paso a paso. No es necesario glorificar a su Hijo sufriendo el martirio. Tal vez quiera que des testimonio de él en otro lugar. Así que escucha atentamente la voz del Señor y dale muerte a tu egoísmo para poder servir a Cristo y vivir para él.
ORACIÓN: Oh Señor, tú eres mi poseedor. Ayúdame a no vivir para mí mismo, sino a servirte día y noche. Enséñame la fidelidad hasta la muerte, no sólo con palabras, sino también traduciendo tu amor en buenas obras. Ten piedad de mí y bendice a todos los enemigos de tu amor. Amén.
PREGUNTA:
- ¿Cuál es el acontecimiento más significativo durante la persecución de los cristianos en Jerusalén?