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1. La primera persecución de la Iglesia cristiana en Jerusalén y la dispersión de los creyentes por Samaria (Hechos 8:1-8)
HECHOS 8:4-8
4 Los que se habían dispersado predicaban la palabra por dondequiera que iban. 5 Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les anunciaba al Mesías. 6 Al oír a Felipe y ver las señales milagrosas que realizaba, mucha gente se reunía y todos prestaban atención a su mensaje. 7 De muchos endemoniados los espíritus malignos salían dando alaridos, y un gran número de paralíticos y cojos quedaban sanos. 8 Y aquella ciudad se llenó de alegría.
El diablo siempre intenta destruir la iglesia cristiana. Sin embargo, así como apareció en la cruz, la gran persecución de la iglesia comenzó inmediatamente después del martirio de Esteban. La aflicción del diablo no destruye la iglesia, sino que la fortalece en su vida espiritual. Mientras los creyentes, hombres y mujeres, sufrían y experimentaban la tortura en las cárceles de Jerusalén, y mientras Saulo, en su altanería, se convertía en esclavo del diablo, guiado por su espíritu, muchos miembros de la iglesia se dispersaron por regiones que no estaban bajo la autoridad del alto consejo. Esos refugiados no encontraron inmediatamente un nuevo hogar. Probablemente deseaban volver a sus hogares en Jerusalén lo antes posible. Al mismo tiempo, no se convirtieron en mendigos, sino que predicaron el reino de Dios y dieron testimonio de la alegría de Cristo en medio de los sufrimientos. Su fe era inquebrantable y su esperanza estaba encendida. Comprendieron la palabra de Santiago en su profundo significado, como dijo: "Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada.”
Felipe, uno de los siete diáconos, huyó al territorio de Samaria, y encontró un refugio en Siquem, cerca de Nablus. Presentó a sus oyentes al Hombre divino que venció a la muerte, salvó del pecado, venció a Satanás, ascendió al cielo, nos reconcilió con Dios e intercede por nosotros, que está sentado a la derecha del Poder, reina con Él y vence a todos los poderes malignos en aquellos que le buscan y se abren a su Espíritu. Como Felipe era un instrumento en la mano de Cristo, un abundante poder del Espíritu Santo se derramó de él, y los espíritus inmundos salieron de muchos de los endemoniados con un fuerte grito. Los desesperanzados fueron consolados y los cojos caminaron. Todo el pueblo se regocijó y corrió hacia el predicador, pues la salvación de Cristo había aparecido y la ciudad estaba llena de alegría.
PREGUNTA:
- ¿Cuál es la diferencia entre la fe en Cristo y la creencia en las palabras de sus siervos?