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8. El salario igual para todos los obreros (Mateo 20:1-16)
MATEO 20:1-16
1 »Asimismo, el reino de los cielos se parece a un propietario que salió de madrugada a contratar obreros para su viñedo. 2 Acordó darles la paga de un día de trabajo y los envió a su viñedo. 3 Cerca de las nueve de la mañana, salió y vio a otros que estaban desocupados en la plaza. 4 Les dijo: “Vayan también ustedes a trabajar en mi viñedo y les pagaré lo que sea justo”. 5 Así que fueron. Salió de nuevo a eso del mediodía, y luego a la media tarde e hizo lo mismo. 6 Alrededor de las cinco de la tarde, salió y encontró a otros más que estaban sin trabajo. Les preguntó: “¿Por qué han estado aquí desocupados todo el día?”. 7 “Porque nadie nos ha contratado”, contestaron. Él les dijo: “Vayan también ustedes a trabajar en mi viñedo”. 8 »Al atardecer, el dueño del viñedo ordenó a su capataz: “Llama a los obreros y págales su salario, comenzando por los últimos contratados hasta llegar a los primeros”. 9 Se presentaron los obreros que habían sido contratados cerca de las cinco de la tarde y cada uno recibió la paga de un día. 10 Por eso, cuando llegaron los que fueron contratados primero, esperaban recibir más. Pero cada uno de ellos recibió también la paga de un día. 11 Al recibirla, comenzaron a murmurar contra el propietario. 12 “Estos que fueron los últimos en ser contratados trabajaron una sola hora —dijeron—, y usted los ha tratado como a nosotros que hemos soportado el peso del trabajo y el calor del día”. 13 Pero él contestó a uno de ellos: “Amigo, no estoy cometiendo ninguna injusticia contigo. ¿Acaso no aceptaste trabajar por esa paga? 14 Tómala y vete. Quiero darle al último obrero contratado lo mismo que te di a ti. 15 ¿Es que no tengo derecho a hacer lo que quiera con mi dinero? ¿O te da envidia que yo sea generoso?”. 16 »Así que los últimos serán primeros y los primeros serán últimos». (Romanos 9:16, 21)
Esta parábola nos revela el misterio de las recompensas y los salarios en la llegada del reino de los cielos. Jesús había dicho al final del capítulo anterior: “Muchos de los primeros serán últimos y los últimos serán primeros”. Esta verdad, que parecía contener una aparente contradicción, requería mayor explicación.
No hay mayor misterio que el rechazo de los judíos y el llamado a los gentiles. Los apóstoles reconocieron que los gentiles serían coherederos. Nada resultaba más provocador para los judíos que esta idea. Este parece ser el propósito central de la parábola: mostrar que los judíos serían los primeros llamados a la viña y que muchos responderían a ese llamado. Eventualmente, el evangelio sería predicado a los gentiles, quienes lo aceptarían y serían admitidos a los mismos privilegios y bendiciones que los judíos. Para la mayoría de los judíos, era inconcebible y difícil aceptar que los gentiles compartieran los mismos privilegios.
Jesús explicó a sus discípulos sus sufrimientos y su muerte, confirmándoles que él era el Señor que resucitaría y reinaría en su segunda venida. Sería visto glorificado por todos, trayendo su reino de paz a la tierra y renovando todo con el poder de su amor. Este reino divino está regido por principios supremos respecto a recompensas y derechos, diferentes de los de nuestro mundo. Aquí recibimos nuestros salarios de acuerdo con nuestro trabajo, habilidades y tiempo. Pero en el cielo, todos recibirán lo mismo si están dispuestos a responder al llamado de Dios y entrar al servicio de su reino. El llamado de Dios supera la lógica humana, porque nuestro privilegio radica en su gracia y su permiso para servir en sus santos propósitos. Servirle es nuestra alegría y recompensa; su presencia es el mayor salario que podemos recibir.
Dios es el gran dueño de casa al que pertenecemos y adoramos. Como dueño, él tiene una obra que realizar, y los siervos deben cumplirla. Pero Dios contrata obreros no porque los necesite, sino por compasión, salvándolos de la ociosidad y la pobreza espiritual.
Sin embargo, la mente humana puede encontrar injusticia en las disposiciones del Señor. Podemos pensar que aquellos que han creído, servido, sufrido por Cristo, orado y practicado una gran abnegación deberían recibir mayores recompensas y honor. Quienes han sacrificado bienes, servido a los enfermos y testificado del nombre de Jesús en medio de peligros podrían creer que merecen estar en lo más alto del cielo. Pero Jesús desafió completamente estas ideas humanas acerca de salario y recompensa. En el cielo, no hay lugar para la preferencia, pues todos somos pecadores e indignos de la comunión con Dios. El llamado del Señor a su servicio es pura gracia, un privilegio otorgado únicamente a través de la redención. Ningún ser humano tiene derecho a servir a Dios. Sin embargo, Jesús justifica a los pecadores para que, mediante su arrepentimiento y transformación, el Santísimo sea glorificado. Así recibimos su gracia, salvación y comunión con el Padre de manera gratuita. Él es nuestro salario.
Como era costumbre, los jornaleros eran llamados y pagados al final del día. La tarde simboliza el tiempo de rendir cuentas, el final de nuestra vida, porque después de la muerte viene el juicio.
Los judíos creían tener preferencia sobre los gentiles, pues las Escrituras les habían sido dadas 1350 años antes de Cristo. Por su pacto con el Señor, esperaban bendiciones especiales, prosperidad y honor entre las naciones. Sin embargo, habían sufrido colonización y desprecio. Por eso odiaron a Jesús cuando él invalidó su supuesta preferencia y les advirtió que serían los últimos si continuaban en su orgullo sin arrepentirse. Es cierto que algunos gentiles fueron escogidos, entraron en el ministerio del Señor y dedicaron sus vidas al Rey de Reyes, mientras que muchos hijos de Abraham permanecieron desobedientes y se negaron a adorar al Redentor del mundo.
Aun así, los creyentes no debemos menospreciar a nadie de la familia de Abraham, pues nuestra fe no es nuestra, sino un don de gracia que recibimos diariamente en nuestra lucha espiritual. Así que, si piensas estar firme, ten cuidado de no caer (1 Corintios 10:12). No fundamos nuestra esperanza en nuestras buenas obras, sino únicamente en la gracia de la cruz. Al final, todos somos siervos inútiles que aún no hemos completado nuestra tarea.
ORACIÓN: Padre celestial, nos inclinamos ante ti y dedicamos nuestra vida porque tu Hijo nos llamó para servir en tu viña. No somos dignos de adorarte. Gracias porque no nos destruiste por nuestros pecados. Te amamos y te suplicamos que nos guíes hacia un servicio fiel y continuo. Ayúdanos a llamar a nuestros amigos al servicio de tu reino, para que ellos también participen en la glorificación de tu santo nombre.
PREGUNTA:
- ¿Cuál es el secreto de la recompensa de Cristo?