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b) Prohibir el adulterio significa buscar la pureza (Mateo 5:27-32)
MATEO 5:31-32
31 »Se ha dicho: “El que se divorcia de su esposa debe darle un certificado de divorcio”. 32 Pero yo digo que, excepto en caso de inmoralidad sexual, todo el que se divorcia de su esposa la induce a cometer adulterio y el que se casa con la divorciada comete adulterio. (Deuteronomio 24:1; Mateo 19:3-9; Marcos 10:4-12)
El divorcio de la esposa por cualquier motivo, a excepción del adulterio, constituye una infracción del séptimo mandamiento, ya que propicia la posibilidad de un adulterio continuado. Jesús aclara esto al decir: “Se ha dicho”, en lugar de 'se dijo a los antiguos', como solía expresarse. Contrario a lo que los fariseos pretendían creer, esto no era un mandato como los demás, sino más bien una concesión.
Ciertos reglamentos del Antiguo Testamento indicaban que un hombre no debería divorciarse verbalmente de su esposa en un momento de ira. En su lugar, se sugería que el divorcio se realizara de manera deliberada, a través de un documento legal escrito y corroborado por testigos. Si un hombre deseaba disolver el vínculo matrimonial, se le permitía hacerlo de manera solemne. De esta forma, algunas de estas leyes buscaban prevenir divorcios impulsivos y apresurados. En tiempos antiguos, la escritura no era una práctica común entre los judíos, lo que hacía que el divorcio fuera un evento poco frecuente. Sin embargo, con el paso del tiempo, la escritura se volvió más común y esta indicación de cómo proceder al divorcio, cuando existía una causa justa, se interpretó como un permiso para divorciarse por cualquier motivo.
Dios, en su infinita misericordia, estableció la norma del ‘matrimonio monógamo’, con el propósito de que cada cónyuge se dedicara al otro con auténtico amor y respeto mutuo. El secreto de la unión matrimonial no reside únicamente en la unión física, sino también en el respeto y la estima recíprocos. Si ambos cónyuges perseveran en la palabra del Evangelio y en el amor, el Espíritu Santo santificará su relación.
Si uno de los cónyuges comete adulterio, esto podría ser la consecuencia de una previa separación espiritual entre ambos, donde se perdió la confianza mutua, el respeto, el servicio y el afecto. Sin embargo, si viven en piedad, su amor bendecirá su unión y los mantendrá en armonía y comprensión mutua. Si Jesús no es el Señor de cualquier pacto matrimonial, la práctica del adulterio se infiltrará más rápido de lo que podemos prever. Cristo será el guía en el matrimonio, si los cónyuges permanecen fieles a Él, porque Él nos enseña el perdón, la tolerancia, la paciencia y la resistencia.
Cristo, a quien sea la gloria, no facilitó la disolución de la unión matrimonial como lo han hecho otras religiones. Cuando la relación matrimonial se ve afectada por conflictos espirituales o aversión, y se pierde la disposición al perdón, algunos proponen la posibilidad del divorcio, pero esto va en contra del mandato de Cristo. Sostienen que dicho divorcio sería la solución óptima para que ambos cónyuges eviten conflictos y violencia. Desafortunadamente, estas personas pasan por alto el poder del amor divino y la reconciliación que ofrece la cruz de Cristo.
Cualquier divorcio (a excepción de aquellos casos de adulterio) se considera como un acto de adulterio. Por lo tanto, lo que Dios ha unido, no debería ser separado por el hombre. La unión matrimonial se establece no solo a nivel físico, sino también a nivel espiritual. Una mujer permanece unida a su primer esposo incluso si se casa con otro hombre. Desafortunadamente, el cónyuge que no perdona y se divorcia de manera impulsiva se convierte en el mayor pecador. Todos estamos manchados por el pecado y necesitamos el perdón constante de Dios y una purificación diaria de nuestras emociones internas. El Espíritu Santo tiene la capacidad de curar nuestras enfermedades subconscientes y purificarnos. Sin el Espíritu de Cristo, somos incapaces de mantener un matrimonio saludable o una purificación duradera, ya que este Espíritu honra al Creador y no contradice los principios naturales.
ORACIÓN: Oh Señor Jesús, te adoramos porque viviste entre nosotros con una pureza inmaculada, y tu Espíritu Santo gobernó tu cuerpo con total pureza. Te rogamos que nos perdones nuestra lujuria egoísta y nuestras malas acciones, e implanta en nosotros la pureza de tu Espíritu Santo para que podamos ser humildes y perdonar a los demás como tú nos has perdonado. Ayúdanos a mostrar compasión hacia el adúltero en lugar de condenarlo.
PREGUNTA:
- ¿Quién es adúltero según la Ley de Cristo?