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b) Prohibir el adulterio significa buscar la pureza (Mateo 5:27-32)
MATEO 5:27-30
27 »Ustedes han oído que se dijo: “No cometas adulterio”. 28 Pero yo digo que cualquiera que mira a una mujer y la codicia ya ha cometido adulterio con ella en el corazón. 29 Por tanto, si tu ojo derecho te hace pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder una sola parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al infierno. 30 Y si tu mano derecha te hace pecar, córtatela y arrójala. Más te vale perder una sola parte de tu cuerpo y no que todo él vaya al infierno. (Éxodo 20:14; 2 Samuel 11:2; Job 31:1; 2 Pedro 2:14)
Cristo es el legislador divino supremo en el Nuevo Pacto. No solo confirmó los significados fundamentales de la ley antigua, sino que también los explicó y expandió con la pureza de su amor. No derogó los mandamientos previos, sino que los cumplió a través de su enseñanza y su comportamiento ejemplar. Poseía la autoridad para proclamar: “Pero yo digo”. En estos versículos, encontramos una interpretación del séptimo mandamiento, proporcionada por la misma mano que estableció la ley original. Él tiene el derecho y la sabiduría para ser el intérprete definitivo de la misma. Esta ley contra toda impureza complementa adecuadamente a la anterior. Mientras que la primera restringe los actos pecaminosos, la segunda se dirige a las intenciones pecaminosas; ambas deben estar siempre bajo el control de la razón y la conciencia, y si se permiten, son igualmente dañinas.
Cristo ama a los pecadores e invita a todos a la salvación. Por lo tanto, no debemos menospreciar a ninguna persona que haya errado, sino amarlos con compasión. A menudo, las personas juzgan a una mujer que ha concebido en pecado o ha dado a luz a un hijo fuera del matrimonio, condenando su acción, sin darse cuenta de que ellos mismos pueden ser más errados que ella. Quien mira a otra persona con lujuria es considerado adúltero ante Dios. Los seres humanos están llenos de lujuria, motivaciones impuras y deseos inmundos. Todos somos imperfectos en nuestras intenciones y sueños. No hay nadie que haga lo que es justo (Salmo 14:3; Romanos 3:12). Por lo tanto, debemos ser cautelosos con la hipocresía y no pretender ser mejores que aquellos que son rechazados y despreciados por sus errores. Debemos confesar y decir: "¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!" (Lucas 18:13).
¿Has reconocido que cada ser humano es, por naturaleza, un pecador auténtico? Cristo se dirigió al pecador tentado, diciéndole: "Si tu ojo derecho te hace pecar, sácatelo y tíralo". Cristo conoce las intenciones del corazón, que es la fuente del mal. Necesitamos un médico espiritual que cure y renueve nuestros corazones engañosos. "Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado." (Salmo 51:2).
Aunque te deshagas de la mano que peca, tu lengua puede seguir siendo un instrumento de difamación y palabras hirientes. A pesar de las enseñanzas de Cristo, ningún apóstol llevó a cabo este mandato literalmente. En cambio, fueron bendecidos con un corazón renovado, purificado por el Espíritu Santo y lleno de divinidad. Cuando Cristo nos instó a arrancarnos el ojo y cortarnos la mano, no pretendía que lo tomáramos al pie de la letra. Más bien, buscaba ilustrar la gravedad de nuestra condición pecaminosa y el inmenso peligro que nos amenaza, capaz de conducirnos al infierno.
Desde nuestra juventud, nuestra naturaleza humana es imperfecta y nuestra alma está marcada por la maldad. Sin embargo, la sangre de Cristo tiene el poder de purificar nuestra conciencia de cualquier acto perjudicial, y su Espíritu Santo cultiva en nosotros un nuevo anhelo que supera nuestras pasiones más intensas. Si te tropiezas con el pecado, no te sumerjas en su lodo. Levántate y busca a tu Señor. Él conoce tu deseo de pureza y te brinda su apoyo para que alcances la victoria sobre ti mismo. Persevera en Cristo, porque Él es la única vía hacia una vida de pureza. Él es el verdadero Salvador, y tu constante aliado que no te juzga, sino que te ama incesantemente. ¡Él te aguarda con los brazos abiertos!
ORACIÓN: Oh Santo Señor, ante tu pureza y santidad, nos sentimos manchados. Te rogamos que nos perdones cada pensamiento impuro, cada palabra hiriente y cada acción errónea. Anhelamos tu purificación completa. Imploramos que, a través de la presencia de tu Espíritu Santo, crees en nosotros un corazón puro. Perdona nuestras transgresiones para que podamos seguir tu camino recto. Guíanos para evitar las situaciones que nos conducen a la inmoralidad y al adulterio. Ruega por nuestra completa santificación para que nunca nos alejemos de ti.
PREGUNTA:
- ¿Cómo nos libramos de las tentaciones que nos llevan a la impureza y al adulterio?