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4. La defensa de Pablo ante sus compatriotas (Hechos 22:1-29)
HECHOS 22:1-8
1 «Padres y hermanos, escuchen ahora mi defensa». 2 Al oír que les hablaba en arameo, guardaron más silencio. Pablo continuó: 3 «Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad. Bajo la tutela de Gamaliel recibí instrucción cabal en la ley de nuestros antepasados, y fui tan celoso de Dios como cualquiera de ustedes lo es hoy día. 4 Perseguí a muerte a los seguidores de este Camino, arrestando y echando en la cárcel a hombres y mujeres por igual, 5 y así lo pueden atestiguar el sumo sacerdote y todo el Consejo de ancianos. Incluso obtuve de parte de ellos cartas de extradición para nuestros hermanos judíos en Damasco, y fui allá con el fin de traer presos a Jerusalén a los que encontrara, para que fueran castigados. 6 »Sucedió que a eso del mediodía, cuando me acercaba a Damasco, una intensa luz del cielo relampagueó de repente a mi alrededor. 7 Caí al suelo y oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” 8 “¿Quién eres, Señor?”, pregunté. “Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues”, me contestó él.
Pablo llamó hermanos y padres a sus asesinos. No los juzgó por su odio y fanatismo, sino que los amó y perdonó su ignorancia. Según el Nuevo Testamento, el público de los judíos no son miembros de la familia de Dios que han nacido del Espíritu Santo. Sin embargo, ellos se dieron estos títulos de acuerdo a las promesas establecidas en el Antiguo Testamento. El apóstol de los gentiles se dirigió a las multitudes silenciosas en su lengua materna, y las honró por la decencia de sus padres. Sus vestiduras estaban rasgadas, su piel sangraba y sus cadenas tintineaban a cada movimiento de su cuerpo mientras hablaba.
Pablo calificó este discurso como su defensa. ¿Cuál era la queja de los judíos contra él? El apóstol no descendió al nivel de la acusación superficial de que había profanado el templo sagrado al introducir en él a un gentil. Este era un dicho estúpido, que no merecía respuesta. El apóstol llegó directamente a la esencia de la persecución que caía sobre él, pues decían que enseñaba a la gente a apartarse del judaísmo y a admitir a los gentiles incircuncisos en el pacto con Dios. En su respuesta, Pablo mostró a sus oyentes que él no inventó el Evangelio de la gracia, ni quiso predicar a los gentiles por sí mismo, sino que el Señor vivo se le apareció personalmente y le exigió que diera testimonio de él inmediatamente. Así pues, la nueva doctrina no fue originada por Pablo, sino por el Señor resucitado. La interferencia de Cristo en la vida de Pablo fue una revelación del Evangelio de la gracia y de la predicación a los gentiles.
En la primera parte de su discurso, Pablo se centró en su celosa infancia judía: nació en Tarso, la acreditada ciudad de origen griego, pero se vio influenciado en primer lugar por su entorno en Jerusalén, donde adquirió el espíritu y la cultura judíos.
Este pensamiento y desarrollo fueron coronados con su sometimiento a Gamaliel, el eminente doctor de la ley judía, que fue el mejor de todos los expertos de la ley durante muchos años. El joven Saulo no sólo guardaba de memoria los detalles de la ley, sino que también los guardaba práctica y violentamente. Era autodisciplinado, estricto en observarse a sí mismo los usos religiosos de los judíos, celoso hacia Dios y dispuesto a servir, honrar y magnificar al Santo mediante su propia diligencia y sus débiles habilidades humanas.
Odiaba a los cristianos con una enemistad mortal, porque confiaban en la gracia, rechazaban la ley como camino hacia Dios y ponían toda su esperanza en el amor del Santo encarnado en Cristo, que se proclamó a sí mismo como el único camino hacia el Padre. Pablo, en su celo por Dios y su ley, persiguió a los cristianos. En su odio hirviente, no se contentó con destruir a los hombres, sino que mató también a las mujeres, lo que entonces no estaba permitido. Si los judíos que venían de Asia y los que se quejaban contra él no le creían, que preguntaran al sumo sacerdote y a todos los ancianos sobre la verdad de sus palabras.
Este organismo había encargado a este joven celoso que fuera a Damasco para exterminar a los creyentes de Jesús. Pero en su camino Jesús de Nazaret se le manifestó en medio del árido desierto. El glorioso, vivo y presente Jesús, que Pablo suponía putrefacto y muerto en la tumba después de su crucifixión, rompió todos los cimientos que había en la vida de Pablo de privilegios, títulos, honores y orgullos. A la luz del rostro de Cristo, el celo piadoso por la ley le pareció inútil, y Saulo, el maestro, se vio a sí mismo como un enemigo de Dios.
Sin embargo, el Altísimo, en la plenitud de su misericordia, no destruyó al ignorante y celoso enemigo, sino que lo perdonó libremente, y declaró su amor a la verdadera Iglesia, y que es uno con ella en el Espíritu Santo. Con esta revelación, un nuevo mundo y una nueva verdad se incorporaron en la vida de Pablo. De inmediato, se sometió a su nuevo Señor, y le preguntó por sus órdenes para cumplirlas sin demora. ¿Vino el Señor a ti con su palabra? ¿Se te apareció la gloria de su gloriosa persona en el Nuevo Testamento? ¿Te entregaste a él incondicionalmente, y te afirmaste en su Iglesia?
ORACIÓN: Oh Señor Jesucristo, te adoramos, porque te apareciste a Saulo, tu perseguidor, y lo cambiaste en siervo de tu amor. Cámbianos también a nosotros, y cambia a tu imagen a los muchos que buscan a Dios, para que vivamos por tu amor.
PREGUNTA:
- ¿Cuál fue el resultado de la aparición del Señor a Saulo, que era celoso de la ley?