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HECHOS - En La Procesión Triunfal De Cristo
Estudios sobre los Hechos de los Apóstoles
PARTE 1 - La Fundación De La Iglesia De Jesucristo En Jerusalén, Judea, Samaria Y Siria - Bajo el patronato de Pedro, guiado por el Espíritu Santo (Hechos 1 - 12)
B - La Extensión Del Evangelio De La Salvación A Samaria Y Siria, Y El Comienzo De La Conversión De Los Gentiles (Hechos 8 - 12)

2. Simón el hechicero, y la obra de Pedro y Juan en Samaria (Hechos 8:9-25)


HECHOS 8:14-25
14 Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén se enteraron de que los samaritanos habían aceptado la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. 15 Estos, al llegar, oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, 16 porque el Espíritu aún no había descendido sobre ninguno de ellos; solamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. 17 Entonces Pedro y Juan les impusieron las manos, y ellos recibieron el Espíritu Santo. 18 Al ver Simón que mediante la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero 19 y les pidió: —Denme también a mí ese poder, para que todos a quienes yo les imponga las manos reciban el Espíritu Santo. 20 —¡Que tu dinero perezca contigo —le contestó Pedro—, porque intentaste comprar el don de Dios con dinero! 21 No tienes arte ni parte en este asunto, porque no eres íntegro delante de Dios. 22 Por eso, arrepiéntete de tu maldad y ruega al Señor. Tal vez te perdone el haber tenido esa mala intención. 23 Veo que vas camino a la amargura y a la esclavitud del pecado. 24 —Rueguen al Señor por mí —respondió Simón—, para que no me suceda nada de lo que han dicho. 25 Después de testificar y proclamar la palabra del Señor, Pedro y Juan se pusieron en camino de vuelta a Jerusalén, y de paso predicaron el evangelio en muchas poblaciones de los samaritanos.

Los miembros de la iglesia de Jerusalén se regocijaron mucho cuando escucharon que Samaria había recibido la palabra de Dios. No sólo se bautizaron las personas, sino multitudes en toda esta región. Así, el reino de Dios se extendió en medio de la religión samaritana, que era una mezcla de porciones de diferentes religiones.

Los que fueron encomendados luego de una deliberación entre los apóstoles, dijeron: “¡Examinemos a estas multitudes para ver de qué espíritu son! Ya habíamos enseñado a los samaritanos cuando impidieron a Jesús pasar por su país, y entonces Juan y sus compañeros se enfadaron y pidieron al Señor que hiciera bajar fuego del cielo para destruir a los desobedientes de aquellas aldeas, pero Jesús les pinchó el corazón y les dijo: "Ustedes no saben de qué espíritu son"”. Sin embargo, ahora Pedro y Juan fueron a ver el nuevo avivamiento, también para añadir más alegría a los creyentes mediante sus servicios.

Cuando los dos apóstoles llegaron a Samaria, se dieron cuenta enseguida de que, a pesar del aparente entusiasmo y la fe por los prodigios, faltaba lo más importante, esto es, el cambio interior del hombre, su liberación de las ataduras diabólicas y su llenura del Espíritu Santo. Las multitudes creyeron en Jesús, pero a pesar de su creencia y de su bautismo con agua en su nombre, no recibieron el bautismo del Espíritu Santo.

Tenemos que confesar, aunque no queramos, que la fe de la mayoría de los cristianos no es más que una creencia intelectual. En pocas palabras, practican el bautismo de agua, se someten a los ritos sagrados y desean los milagros y la guía del Señor, pero en realidad no han recibido la salivación. Sus corazones aún están atados por las cadenas de los espíritus malignos, y están facultados por pensamientos que son residuos de antiguas enseñanzas. El pecado posee sus cuerpos, y el poder de Dios no se evidencia en ellos a través de la humildad, el amor, los sacrificios y la abnegación.

Como individuos e iglesias, tenemos que examinarnos a la luz del evangelio: ¿Somos la comunidad de los que sólo creen en la fe cristiana? ¿O somos santos, llenos del Espíritu de amor, muertos a nosotros mismos y viviendo para Dios? No pienses que la comprensión de Cristo, el conocimiento de la fe y la permanencia en la tradición eclesiástica te salvarán, pues sin la vida de Dios que nace del Espíritu Santo permaneces espiritualmente muerto a pesar de tus pensamientos religiosos y tu ciego fanatismo. ¿Realmente has recibido el don del Espíritu Santo? Cristo nos ha perdonado nuestros pecados en la cruz para que podamos recibir la promesa de su Padre, y para que su poder, vida, voluntad y justicia ingresen en nuestros cuerpos perecederos. No te conformes con tu piedad y no creas en tus ilusiones religiosas, sino arrepiéntete y conviértete. Pide a Cristo persistentemente que te llene con su Espíritu Santo para que puedas ver tu maldad y rechazar tu yo pecador. Entonces Cristo creará en ti una nueva creación llena de vida eterna.

Querido hermano, ten cuidado de no comportarte como Simón el hechicero, que era el espíritu de Satanás en la iglesia cristiana. Observó el poder de Dios, que salía de los apóstoles; lo codició, y deseó que le transmitieran este poder para otorgar el don a otros. Si eso hubiera sucedido, se habría vuelto más poderoso que Felipe, y entonces la gente habría dejado a este activo diácono y se habría dirigido a Simón, el viejo hechicero.

Esto da a entender que el hombre, a pesar del bautismo y del arrepentimiento hipócrita, puede seguir siendo un demonio orgulloso, codicioso de la autoridad y de la altivez, a menos que sea liberado, en lo más íntimo de su ser, de sus pecados por la espada de la palabra de Dios. Nuestra salvación significa la redención de las autoridades de maldad. No es sólo un sentimiento religioso y una percepción mental.

El espíritu demoníaco de Simón pronto se puso en evidencia en su confianza en el dinero, pues pensó en la posibilidad de comprar el poder de la imposición de manos con riquezas. Nunca entendió la esencia del pensamiento cristiano sobre el sacrificio gratuito de Cristo en la cruz. Es imposible recibir la gracia de Dios a través del dinero, o de las buenas obras, o de donativos humanos de cualquier tipo, pues nuestro Dios no es usurero, sino un Padre misericordioso que da sin cesar. ¡Quien haga del Amoroso Dios una mercancía, se desploma inmediatamente al infierno, que es un refugio maligno en verdad!

Pedro le dijo de inmediato al hipócrita: "Tú y tu dinero vayan al infierno. Abajo donde está lleno de egoísmo, codicia de poder, altanería y mentira. No has nacido del Espíritu de Dios. Eres hijo del diablo. Aunque profeses creer en Cristo y estés bautizado, no eres partícipe del reino de Dios. Tus caminos siguen siendo torcidos como antes. Por lo tanto, eres problemático, corrupto, malvado y reprobado, porque piensas de forma humana, y no con la iluminación del Espíritu Santo. Tú, pobre, piensas que todo se puede obtener con dinero. Tientas incluso a Dios para recibir la gracia de su Espíritu por medio de tu dinero. Arrepiéntete de una vez de tu orgullo y de tu ilimitada codicia. Sé quebrantado por tu maldad, y cambia el curso de tu vida. Arrepiéntete de tus pecados con lágrimas ante Dios, pidiéndole que te perdone tu maldad, y que te libere de tus malas ataduras. Has abierto tu corazón a un peligro dañino, así que recházalo de inmediato, y pide el perdón de Dios para que te perdone. Él no te perdonará a menos que te separes completa y voluntariamente de tu pecado, y lo rechaces por completo. Entonces te salvarás y recibirás el perdón preparado para los que se arrepienten.

Si no te arrepintieras y te convirtieras, seguirías siendo peligroso en tu iglesia, envenenando a muchos con tu vacilación entre Dios y Satanás, y atando a tus compañeros con el vínculo de la injusticia, convirtiéndote así en una puerta que lleva al infierno y no al cielo. Tus palabras corromperían a la gente y no salvarían a nadie.

Por desgracia, Simón el hechicero no se arrepintió sinceramente. No cayó de rodillas ante los apóstoles confesando su pecado, sino que tuvo miedo de la amenaza espiritual de los dichos del apóstol Pedro. El Espíritu Santo no hizo que el hechicero muriera inmediatamente, como había hecho con Ananías y Safira en Jerusalén, porque Simón no había nacido de nuevo, ni había recibido el Espíritu Santo; por lo tanto, la posibilidad de arrepentirse aún estaba abierta para él.

De la historia de la iglesia, aprendemos que el hechicero hipócrita no se convirtió, sino que originó una herejía, que lo proclamó como un dios, y pedio lugar a todas las desviaciones sexuales y la prostitución impura, porque donde el espíritu de Satanás aparece en el ropaje de una religión y el fanatismo religioso, pronto surge la desviación con respecto al dinero y el sexo. Por lo tanto, ¡ten mucha precaución! Sepárate de todos los movimientos religiosos sensacionalistas. Arrepiéntete y vuélvete a la humildad y el contentamiento en Cristo. Elige la pureza del Espíritu Santo y vive en abstinencia por medio de su poder.

Los apóstoles experimentaron el arrepentimiento sincero de muchos samaritanos, y se habían convertido por medio del Espíritu Santo. Los apóstoles no predicaron con superficialidad, y mero entusiasmo, sino que insistieron en la purificación de sus corazones, e hicieron hincapié en la verdadera regeneración, pues sin un segundo nacimiento nadie es admitido en el reino de Dios.

Querido amigo, te pedimos amablemente que te presentes ante el Espíritu de Dios, y le pidas que expíe tus pecados hoy, que los haga morir, que los venza, que te santifique por tu fe en la sangre de Cristo, y que te llene de sí mismo. No te quedes parado en medio del camino para no causar daño a muchos.

ORACIÓN: Oh santo Señor, por favor no me destruyas, sino purifícame de todos mis pecados por la sangre de Cristo. Haz que tu Espíritu Santo aplaste en mí toda altivez, impureza, codicia de autoridad e hipocresía, para que me libere de mi ego y de todos los espíritus malignos, y me regenere en Cristo, el autor y consumador de nuestra fe.


3. Conversión y bautismo del tesorero etíope (Hechos 8:26-40)


HECHOS 8:26-40
26 Un ángel del Señor le dijo a Felipe: «Ponte en marcha hacia el sur, por el camino del desierto que baja de Jerusalén a Gaza». 27 Felipe emprendió el viaje, y resulta que se encontró con un etíope eunuco, alto funcionario encargado de todo el tesoro de la Candace, reina de los etíopes. Este había ido a Jerusalén para adorar 28 y, en el viaje de regreso a su país, iba sentado en su carroza, leyendo el libro del profeta Isaías. 29 El Espíritu le dijo a Felipe: «Acércate y júntate a ese carro». 30 Felipe se acercó de prisa a la carroza y, al oír que el hombre leía al profeta Isaías, le preguntó: —¿Acaso entiende usted lo que está leyendo? 31 —¿Y cómo voy a entenderlo —contestó— si nadie me lo explica? Así que invitó a Felipe a subir y sentarse con él. 32 El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era el siguiente: «Como oveja, fue llevado al matadero; y como cordero que enmudece ante su trasquilador, ni siquiera abrió su boca. 33 Lo humillaron y no le hicieron justicia. ¿Quién describirá su descendencia? Porque su vida fue arrancada de la tierra». 34 —Dígame usted, por favor, ¿de quién habla aquí el profeta, de sí mismo o de algún otro? —le preguntó el eunuco a Felipe. 35 Entonces Felipe, comenzando con ese mismo pasaje de la Escritura, le anunció las buenas nuevas acerca de Jesús. 36 Mientras iban por el camino, llegaron a un lugar donde había agua, y dijo el eunuco: —Mire usted, aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado? 38 Entonces mandó parar la carroza, y ambos bajaron al agua, y Felipe lo bautizó. 39 Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor se llevó de repente a Felipe. El eunuco no volvió a verlo, pero siguió alegre su camino. 40 En cuanto a Felipe, apareció en Azoto, y se fue predicando el evangelio en todos los pueblos hasta que llegó a Cesarea.

El Cristo vivo sacó al diácono Felipe de en medio de su próspero servicio en la región de Nablus por medio de un ángel, y le ordenó que se adentrara en el caluroso camino del desierto, donde no vivían ni hombres ni animales. El corazón del predicador podría haber desobedecido, pero se negó a sí mismo, se levantó y obedeció a su Señor. Con esta obediencia había engrandecido el triunfo de Cristo y ganado un país completo por medio de su predicación del evangelio.

Un hombre rico que ocupaba un puesto importante como tesorero en la corte de Candace, reina de los etíopes, vino de Etiopía a Jerusalén. Probablemente había oído hablar de la unicidad de Dios y de su ley a través de los misioneros judíos establecidos en la isla de Elefantina, en medio del Nilo. Todos los hombres tienen hambre de Dios. Pero los que tienen una mente más abierta buscan en todas las religiones y culturas el encuentro personal con el Dios verdadero.

Este oficial principal, un eunuco, que era un consejero de confianza de su reina, fue a la lejana tierra santa para obtener la bendición de Dios para él y para todo su país. En Jerusalén adoró al Señor, pero su corazón permaneció vacío. A los eunucos no se le permitía la entrada a la cámara de culto dentro del templo, así que compró a uno de los escribas, por un alto precio, un pergamino que contenía el Libro de Isaías, tal como se encontró no hace mucho en las cuevas de Qumrán. No sabemos si aquel tesorero leyó el libro en hebreo o compró una traducción al griego. En cualquier caso, podía leerlo, y deseaba llenar su corazón con el espíritu del Antiguo Testamento para poder volver a casa con nuevos pensamientos y poder. De hecho, tenía un gran tesoro en sus manos.

Cuando el lector llegó a las profecías acerca de Cristo, que lo describen como el manso Cordero de Dios, el Espíritu Santo guió al diácono Felipe para que se acercara a este gentil que buscaba a Dios, y puso en su boca la sabia pregunta que había provocado muchas búsquedas en los que anhelan a Dios: “¿Acaso entiende usted lo que está leyendo?" ¡Gracias a Dios! El noble tesorero no fue orgulloso. No dijo: "Conozco bien el sentido de las Escrituras y lo entiendo todo", sino que confesó modestamente su limitación y obtuvo, por su humildad, la sabiduría de Dios. ¡Ay de aquel que piensa que lo sabe todo y que puede hacerlo todo, porque su corazón y su mente permanecen cerrados al Evangelio!

Entonces Felipe le mostró, en la larga conversación, que Jesús es el Cordero de Dios que, con humildad y amor, quitó los pecados del mundo y la ira de Dios cuando fue colgado en la cruz, y salvó a todos los hombres, incluso al eunuco y a su pueblo. La fe en aquel que fue crucificado borra por completo las ofensas pasadas en la conciencia, y abre el corazón del creyente a la vida de Dios en el presente y en el futuro. Felipe guió al oyente sediento hacia el camino de la vida a través del Cordero de Dios y la cruz única.

El Espíritu Santo reafirmó esta conversación cercana, pues este que buscó a Dios había escuchado, entendido, creído, decidido inmediatamente a someter su vida completamente a Cristo, y aceptarlo como Señor y Redentor, y pidió el bautismo cuando vio, durante su largo viaje, un poco de agua en el desierto.

Felipe podría haber ido despacio al bautizarlo, después de sus experiencias en Samaria. Declaró al que pedía el bautismo los términos principales sobre los que podría tener el privilegio del bautismo: "Si crees de todo corazón, puedes ser bautizado. Ten cuidado con todo tu corazón, no sólo con tu pensamiento, mente, sentido o voluntad”. ¿Abriste tu corazón completamente a Cristo, e hiciste con él el pacto de la vida eterna? El Espíritu de Dios no habita en el corazón que se vuelve a medias hacia Jesús, y la otra mitad permanece dirigida hacia el mundo. Elige completamente a Jesús para que te reciba eternamente.

El tesorero tomó su decisión, e insistió en ser bautizado. Pasó el examen, y resumió su fe en Jesús en una declaración: "Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios". Con esta declaración testificó que había comprendido el misterio de la Santísima Trinidad, se convirtió por medio de la redención de Cristo, creyó en la paternidad de Dios y participó de la vida eterna. Esta confesión no es una doctrina vacía. Es más poderosa que todas las bombas atómicas del mundo. Profundiza en los sentidos de este testimonio para que te conviertas en hijo de Dios, pues el Dios eterno es nuestro Padre por medio de su Hijo Jesús.

Cuando Felipe bautizó al creyente arrepentido, el Espíritu Santo lo separó del converso para que no se uniera más al predicador, sino que se aferrara sólo a Jesús. El estado de este tesorero es diferente al de Simón el hechicero, que se mantuvo cerca de Felipe, pero no se entregó a Cristo. En cuanto al tesorero recién bautizado, volvió a su casa orando, alabando y adorando a Dios. No se reunió con el Altísimo en Jerusalén, sino en el desierto, pues se había adentrado con fidelidad en las profundidades del conocimiento de Cristo. El Señor Dios no rechazó al eunuco etíope, como hicieron los judíos, sino que lo recibió, lo adoptó y lo cuidó.

El Espíritu Santo guió a Felipe a las ciudades costeras de Palestina, desde el sur hasta el Monte Carmelo, donde Felipe llenó todos los lugares con el nombre de Jesús y preparó el camino de su Señor.

ORACIÓN: Señor santo, te damos gracias porque tu siervo Felipe obedeció tu mandato, predicó al tesorero etíope con el poder de tu Espíritu y lo llevó de la muerte a la vida por la fe en tu Hijo crucificado. Guíanos por tu Espíritu Santo para que encontremos a todas las personas que te buscan, y para que pongamos ante sus ojos a tu Hijo crucificado en respuesta a sus necesidades para que puedan vivir.

PREGUNTA:

  1. ¿Cuál fue la buena noticia que Felipe explicó al ministro etíope?

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