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a) La respuesta de Jesús a los discípulos de Juan el Bautista (Mateo 11:2-29)
MATEO 11:2-6
2 Juan estaba en la cárcel y, al enterarse de lo que Cristo estaba haciendo, envió a sus discípulos a que le preguntaran: 3 —¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? 4 Jesús respondió: —Vayan y cuéntenle a Juan lo que están oyendo y viendo: 5 Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen alguna enfermedad en su piel son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas noticias. 6 Dichoso el que no tropieza por causa mía. (Malaquías 3:1; Isaías 35:5-6, 31:1; Lucas 7:18-23)
Después de que Cristo había enviado a sus mensajeros a ciudades y aldeas, los seguía, establecía su trabajo, completaba sus servicios y hacía que sus oyentes se mantuvieran firmes en el evangelio del reino de los cielos; así llegó a ser bien conocido en todas partes. Al mismo tiempo, empezaron a susurrarse unos a otros: ‘¿Es este el profeta prometido enviado por Dios? Porque ha hecho milagros maravillosos como el Mesías que ha de venir, pues nadie más que él puede resucitar a los muertos’.
El servicio continuaba, aunque Juan estaba en prisión, y no le añadía aflicción, sino que le proporcionaba una gran consolación en sus cadenas. Nada es más reconfortante para el pueblo de Dios en la angustia que escuchar de ‘las obras de Cristo’, especialmente experimentarlas en sus propias almas. Esto puede convertir una prisión en un palacio. De alguna manera, Cristo transmitirá la verdad de su amor a los que están en problemas y llevará paz a su conciencia. Juan no podía ver las obras de Cristo, pero las escuchaba con placer. Benditos son los que no han visto, pero solo han oído, y aun así han creído.
Juan, mientras estaba en la oscura prisión, oyó hablar de Cristo. Esperaba que Cristo viniera y lo liberara mediante un milagro, ya que Juan había preparado su camino mediante su llamado al arrepentimiento. Era su amigo más querido y había sufrido injustamente en la cárcel por causa de la verdad. Esperaba la destrucción de los gobernantes injustos mediante el triunfo del gran reino de los cielos. Pero, a pesar de la larga espera, Jesús no vino, y Juan seguía atado, deprimido y solo en la cárcel.
Juan comenzó a dudar del poder y la divinidad de Cristo, por lo que envió a dos de sus discípulos a preguntarle: ‘¿Eres tú el Mesías prometido, o no?’. Cristo no le responde directamente, sino que lo remite a la profecía en Isaías 35:5-6, explicándole que el siervo prometido de Dios ha venido, y salvará a muchos de la enfermedad, el pecado y la muerte. Sus obras únicas son la prueba irrefutable de que Jesús es el Mesías prometido.
Algunos piensan que Juan envió esta pregunta para su propia satisfacción. Es cierto que había dado un noble testimonio de Cristo. Lo había declarado como “el Hijo de Dios” (Juan 1:34), “el Cordero de Dios” (Juan 1:29), “el que bautiza con el Espíritu Santo” (Juan 1:33) y “el que Dios envió” (Juan 3:34), que eran cosas grandes. Pero deseaba estar más plenamente seguro de que él, Jesús, era el Mesías prometido hace tanto tiempo y esperado por tantos.
Juan esperaba un rey religioso y político que, con su autoridad, acabaría con la injusticia reinante en el mundo y liberaría a los seguidores de Dios perseguidos. Pero Cristo no usó un hacha para cortar árboles malos. Él salvó a los perdidos, curó a los débiles y sembró esperanza en los corazones de los que dudaban. No vino con poder político para castigar, sino como el manso Cordero de Dios que quitaría los pecados de los pecadores.
La duda de Juan podría haber surgido de sus circunstancias actuales. Estaba prisionero, y podría haber sido tentado a pensar que si Jesús era realmente el Mesías, ¿por qué Juan, su amigo y precursor, había caído en este problema? ¿Por qué había sido dejado tanto tiempo en él, y por qué Jesús nunca lo visitó, ni le envió a preguntar por él? ¿Por qué no hizo nada para aliviar o acelerar su encarcelamiento? Sin duda, había una buena razón por la que nuestro Señor Jesús no fue a ver a Juan en prisión. Puede haber habido un acuerdo entre ellos. Pero Juan podría haberlo interpretado como negligencia, y tal vez fue un golpe para su fe en Cristo.
Otros piensan que Juan envió a sus discípulos a Cristo con esta pregunta, no tanto para su propia satisfacción como para la de ellos. Observa que, aunque era prisionero, permanecían con él, lo atendían y estaban dispuestos a recibir instrucciones suyas. Lo amaban y no querían abandonarlo. Juan estaba, desde el principio, dispuesto a entregar a sus discípulos a Cristo, como hace un maestro con los alumnos que pasan de la escuela primaria a la academia. Tal vez preveía que se acercaba su muerte, y por eso llevaba a sus discípulos a conocer mejor a Cristo, bajo cuya tutela debía dejarlos.
Juan tuvo que cambiar la esencia de su pensamiento para comprender que Cristo es amor y, como el perfecto Cordero de Dios, sufriría y moriría voluntariamente para redimir al mundo pecador. Este nuevo pensamiento fue una dura lección para Juan. No se ajustaba al espíritu del Antiguo Testamento que entendían y enseñaban los judíos. El amor de Dios apareció amablemente en Cristo, humilde y mansamente, no con dominación, ni violencia, ni dictadura.
ORACIÓN: Dios santo nuestro, tú eres amor misericordioso. Te adoramos y te suplicamos que derrames tu amor en nuestros corazones para que podamos caminar con alegría, humildad, paciencia y con gran paciencia. Ayúdanos a reconocer la realidad de Cristo en el hombre Jesús y a seguirle hasta la muerte, para que nos llenemos de sus virtudes y lleguemos a ser santos e irreprochables en santidad. Fortalécenos para que no dudemos en ti cuando nos encontremos en apuros, sino que permanezcamos en ti en toda circunstancia.
PREGUNTA:
- ¿Por qué Jesús no liberó a Juan el Bautista de la prisión?