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5. ¡La salvación de todo el mundo está consumada!
Algunas religiones enseñan que la salvación se basa en las buenas obras. Otras creen que las buenas acciones anularán las malas. La mayoría de estas religiones imponen a sus seguidores pesadas cargas y leyes que nadie puede realmente soportar. La historia y la realidad demuestran que la revelación en la Torá y el Evangelio dicen la verdad:
Quien no confiese y enseñe esta verdad fundamental no conoce a Dios, ni comprenderá jamás su naturaleza. El Dios santo está lleno de amor. Ante Él, incluso las mejores obras y virtudes, con todas las buenas acciones están contaminadas por el egoísmo. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros, y le hacemos a Dios mentiroso.
Querido amigo: ¿Te das cuenta de que todo pecado, por pequeño que sea, requiere la muerte del pecador? A causa del pecado, todos estamos condenados a la muerte y al infierno. Nadie es justo ni tiene el derecho a permanecer con vida. Todos desapareceremos, como dice la santa Biblia:
Pero Dios, compasivo y misericordioso, retrasó su ira. No destruyó inmediatamente a los desobedientes según su justicia. Proporcionó a los pecadores culpables una escapatoria. Les dio un sustituto y los guió por el camino de los sacrificios y las ofrendas. Antiguamente, todo pecador culpable tenía que acercarse al altar con un animal, poner la mano sobre su cabeza y confesar sus pecados ante Dios. Esta era una señal de que sus pecados se transferían al sustituto. Luego tenía que matar al animal con su propia mano. El sacrificio sangraba antes de ser quemado en el altar. La Palabra de Dios dice:
El pecador culpable, al ver el sacrificio ardiendo en las llamas del fuego sobre el altar, tenía que darse cuenta de que él mismo habría tenido que morir y ser arrojado al fuego, si no hubiera existido un sustituto, el sacrificio ofrecido en su lugar. El antiguo pacto se basaba en sacrificios sangrientos que se ofrecían día y noche.
Sin una reconciliación continua con Dios, no había perdón ni vida.
Los profetas del Antiguo Testamento habían aprendido de Dios que todos los sacrificios eran meros símbolos que apuntaban a un sacrificio que sería el último y el definitivo. Los animales y otras ofrendas no bastaban para cumplir las exigencias de la justicia y grandeza de Dios. Incluso el sacrificio humano se consideraba impuro y detestable a los ojos de Dios. La mejor persona de entre todos los hombres no habría sido lo suficientemente buena para expiar los pecados de otro ser humano. No había esperanza en el mundo.
Por eso, Dios todopoderoso designó desde el cielo un Cordero puro y santo, capaz y digno de quitar el pecado de todo el mundo. Este Cordero fue enviado a la tierra para morir por todos los pecadores y arder en las llamas de la ira de Dios. El Cordero santo de Dios es el Señor Jesucristo, una misericordia para el mundo y una gracia para todos los que lo aceptan.
Vivió como un ser humano corriente, lleno del amor de Dios. Tomó nuestros pecados y se los llevó. Sufrió nuestro castigo en nuestro lugar. La ira de Dios cayó sobre él, y murió rechazado y despreciado por los hombres.
¿Has comprendido la bondad de Dios, que no exige de ti obras imposibles? Desde el principio preparó un camino para que fueras justificado y purificado por su gracia. El Evangelio nos dice que el ángel de Dios se apareció a unos pastores que resguardaban sus rebaños de noche, y les dijo:
Dios nos ha preparado una salvación perfecta en Jesucristo. Damos testimonio, con acción de gracias y alabanza a Dios, de que Cristo ha quitado nuestros pecados y purificado nuestros corazones. Ha quitado todas nuestras transgresiones, que eran una barrera entre el Dios santo y nosotros. Decimos con Juan el Bautista:
Ya no tenemos que esforzarnos más por salvarnos. Cristo ha venido y nos ha salvado con su muerte y nos ha proporcionado el don gratuito de la salvación eterna. Podemos confesar con el apóstol Pablo:
¿Te has acercado al Cordero de Dios sin mancha, que puede también quitar tus pecados? Jesucristo, el Señor, tomó el lugar todos los hombres. No nació según la voluntad del hombre, sino de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. Es el Verbo de Dios encarnado y la plenitud de su Espíritu en la carne. La esencia de Dios se manifestó en el cuerpo de Cristo.
Muchos se niegan a creer en esta verdad. Rechazan la mayor bendición en el cielo y en la tierra. Sus corazones se han endurecido y sus mentes están confundidas. No se dan cuenta de que sólo Jesús nació del Espíritu de Dios. Él es el único que tiene la autoridad y el poder para quitar los pecados de todo el mundo. Por lo tanto: