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07 - EL QUINTO MANDAMIENTO: HONRA A TU PADRE Y A TU MADRE
ÉXODO 20:12
"Honra a tu padre y a tu madre, para que disfrutes de una larga vida en la tierra que te da el Señor tu Dios."
07.1 - El Regalo de Dios: La Familia
La familia es la perla de gran valor y uno de los restos del paraíso. Dios ha creado al hombre, varón y mujer, para reflejar su gloria y su amor, y así multiplicar y poblar la tierra. La familia, pues, es el núcleo de la vida humana y el fundamento de todas las culturas. Proporciona protección, seguridad y solidaridad y muy a menudo resulta ser mucho más fuerte que todas las nuevas ideologías.
En general, todas las religiones coinciden en que hay que honrar a los padres. Es natural que los hijos amen y respeten a sus padres. Cuando el comunismo, con su ideología impía, pone en tela de juicio el estatus de los padres, este supuesto va en contra del Creador y de su creación, y de las normas del comportamiento humano natural e instintivo. Dios protege a la familia con el quinto mandamiento. Es apropiado que demos gracias a Dios por la institución de la familia, su existencia y sus lazos secretos de amor y solidaridad. En el quinto mandamiento, Dios nos manda honrar no sólo al padre, por ser el cabeza de familia y su proveedor, sino también a la madre y a la mujer en general. Al igual que el hombre, ella está llamada a reflejar la imagen de Dios en su vida y a compartir las responsabilidades familiares en igualdad de condiciones con su marido. No es de extrañar que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento estén de acuerdo en honrar a las madres tanto como a los padres.
El mandamiento de mantener y cuidar la familia es obvio y natural. Incluso en el mundo de los animales, los pequeños siguen a sus madres, y los pájaros macho y hembra a veces se sientan alternativamente sobre los huevos. Ambos alimentan a sus crías hasta que éstas son capaces de alimentarse por sí mismas. Hay límites y relaciones naturales establecidos por el Creador que nadie puede sobrepasar sin castigo. Sin embargo, hoy en día se oyen voces rebeldes que tientan y endurecen el corazón de los niños: "No escuches a tus padres ni te sometas nunca a ellos. Más bien, piensa por ti mismo, realízate y practica la rebeldía voluntariamente desde tu infancia". Los ojos de esos niños se ven sombríos por la desobediencia, la alegría en ellos se ha extinguido. Una parte básica de sus corazones ha sido trágicamente arruinada.
07.2 - El Sacrificio de los Padres
Los padres y las madres tienen el privilegio de participar en la nueva generación. Cada creación de un niño es una maravilla en sí misma. Puede que el niño haya sido engendrado sin la voluntad de sus padres. Aun así, el padre y la madre siguieron participando en el acto divino de la creación. El Señor los honró permitiéndoles entregar la herencia genética de las generaciones al niño dentro de la madre. Por lo tanto, el hombre debe postrarse ante el Creador, adorarlo, agradecerle por cada hijo que ha nacido.
Nuestras madres nos dieron a luz durante nueve meses, casi 275 noches y días en sus vientres. Allí estuvimos a salvo y cuidados. Compartimos su alegría y su enojo, sus penas y su cansancio. Quizás nuestras madres oraron por nosotros antes de nuestro nacimiento. El acto de nuestros nacimientos debió de causarle mucho miedo y dolor.
Un padre y una madre suelen acompañarnos durante años y años. Ven crecer nuestros miembros y cuerpos y responden a nuestras sonrisas y agonías. Puede que incluso agradezcan al Creador nuestra existencia y crecimiento. Si nuestros padres crecieron bajo la autoridad de Jesús, seguramente nos confiaron a las manos de nuestro Padre celestial, nos enseñaron sus mandamientos y animaron nuestros corazones a creer en el Creador y en el Buen Pastor. Así, nos criaron, amaron y bendijeron más de lo que creemos. Cuidaron de nosotros día y noche. Se esforzaron por darnos comida y ropa. Se ocuparon de nuestra educación y de nuestras amistades. Cuando estábamos enfermos y con fiebre, nos cuidaban con aprensión en nuestras camas. Se alegraron con nosotros y también compartieron llanto en nuestras aflicciones.
07.3 - Problemas Familiares
Entre padres e hijos existe un vínculo tan estrecho que el amor y la confianza recíprocos son evidentes. Pero ya no vivimos en el paraíso. No hay ningún hijo que sea bueno en sí mismo y los padres también son culpables ante Dios. Por eso, adultos y jóvenes viven sólo de la gracia de Dios y de su continuo perdón mutuo. No hay paz duradera en la familia sin perdón y paciencia. El restablecimiento de la paz en la familia no puede producirse sin admitir o confesar los pecados y pedir humildemente perdón. Felices son los hijos que son educados en el amor y el perdón por sus padres.
No es sólo decisión de los padres guiar a sus hijos en la fe correcta, ya que el propio Hijo de Dios ordena que todos los niños sean llevados a Él para ser bendecidos. Los padres deben demostrar a sus hijos la esencia de Jesús y su integridad, guiarlos para que guarden sus mandamientos e dejar impresas sus promesas en sus corazones. Los padres y las madres son igualmente responsables de la educación espiritual de sus hijos, pero deben saber que no pueden legar a sus hijos su propia fe y mucho menos obligarlos a aceptarla. Cada niño tiene que elegir por sí mismo estar a favor o en contra de Dios. No obstante, es bueno que los hijos se den cuenta de que la bendición de sus padres perdura durante generaciones.
Los padres no deben malcriar a sus hijos ni educarlos para que sean perezosos. No deben pedirles que hagan cosas demasiado difíciles para su edad. Es prudente dejar un tiempo considerable para que el niño siga siendo un niño. La escuela o la formación profesional son importantes, pero no importan demasiado a la hora de educar a los niños. Es más importante despertar en ellos el temor de Dios y el amor a su Creador para construir su conciencia, integridad, honestidad, diligencia y pureza. Sigue siendo esencial que los padres pasen suficiente tiempo con sus hijos y escuchen sus preguntas y problemas. Sobre todo, es importante que los padres oren sin cesar para que sus hijos nazcan de nuevo y pasen su vida entera con Jesús.
Los hijos se enfrentarán a sus padres de forma crítica en la edad de la pubertad y la adolescencia. Ese crecimiento hacia la independencia es simplemente una etapa de madurez y no debe resentirse. Si los padres han entregado tempranamente a sus hijos al cuidado del Dios trino, pueden acompañarlos con paciencia en estos años críticos, sin mantenerlos atados. Mientras tanto, los adolescentes necesitan valerse de libros informativos, amigos sinceros, una selección de programas de televisión limpios y grupos juveniles cristianos con estudios bíblicos animados. Obligar a los adolescentes a seguir los viejos estilos de vida engendra rebeldía, endurece sus corazones y les cierra las puertas del mismo.
Como padres, debemos recordar siempre la advertencia de Jesús: "Si alguien hace pecar a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran al cuello una gran piedra de molino y lo hundieran en lo profundo del mar." (Mateo 18:6). "Hacer pecar" no significa reacciones de oposición o ira, sino inducirles a mentir, robar o permitirles incurrir en un determinado pecado sin una severa advertencia. Una crianza bendecida sólo proviene del temor y el amor al Señor.
En nuestra sofisticada época de progreso científico, los padres pueden parecer "atrasados" ante sus hijos. A veces, en un país en vías de desarrollo, una madre o un padre no saben leer ni escribir. Esto no da derecho a que un niño bien educado sea orgulloso o se burle de ellos. Esto no sólo es irrespetuoso sino ingenuo y estúpido. La capacidad de leer y escribir no demuestra lo inteligente o valiosa que es una persona. Una alta educación no mejora la bondad o santidad de un estudiante. La autoridad de los padres no se basa en cuántos títulos obtuvieron o cuánto dinero pudieron ahorrar. Su autoridad se basa en la voluntad de Dios y en cómo interceden por sus hijos ante el trono de la gracia. La paternidad de Dios ha inculcado el amor compasivo en el corazón de los padres. El sacrificio de Cristo crea una voluntad de servicio y sacrificio incondicional en los padres y en los hijos entre sí.
07.4 - Cumplimiento del Quinto Mandamiento
¿Cómo pueden los hijos honrar a sus padres? Nuestra conciencia nos recuerda que debemos amarlos y honrarlos porque son lo más valioso de todo lo que conocemos o poseemos en la tierra. Esto implica confianza y obediencia, negar nuestro yo y no dar paso a segundas intenciones. Un niño nunca debe golpear a su padre o a su madre, ni a propósito ni por error. Un hijo no tiene derecho a ser el centro de la familia, sino sólo el Señor. Jesús nos enseñó la clave de una vida familiar feliz cuando dijo: "El Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos." (Mateo 20:28). El Hijo de Dios exhorta a los padres y a los hijos a observar atentamente este principio en la vida cotidiana de la familia.
¿Se acaba la responsabilidad de los hijos por sus padres una vez que establecen sus propias familias? No. Cuando los padres envejecen y se debilitan mental y físicamente, necesitan más que nunca la compasión y los cuidados de sus hijos. Los hijos e hijas pueden dedicar una parte de su tiempo a sus padres, igual que los padres se lo ofrecieron sacrificadamente en los primeros días de su infancia. No hay centros de asistencia ni pensiones que puedan compensar el sacrificio de los hijos por el tiempo, el dinero y el esfuerzo que dedican a sus padres ancianos.
El quinto mandamiento es el primero que ofrece una promesa clara después de haber puesto de relieve la paternidad pactada de Dios con nosotros. A quien cuida amablemente de sus padres se le promete una vida más larga en la tierra, con menos quejas y abundantes bendiciones. Siempre que se preserve la dignidad de los padres y cuando padres e hijos vivan en los caminos de Dios, experimentarán juntos el cumplimiento de esta promesa.
Dios nos prohíbe despreciar a los padres y a las personas con autoridad. Esto incluye el abuso, la injusticia, la hipocresía y el engaño. ¿No dijo Jesús: "Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí" (Mateo 25:40)? ¿Recuerdas la triste historia de la rebelión de Absalón contra su padre, David? Termina con la muerte del rebelde (1 Samuel 15:1-12; 18:1-18).
Leemos en Éxodo 21:15-17: "Cualquiera que golpee a su padre o a su madre será ejecutado...El que maldiga a su padre o a su madre será condenado a muerte." Proverbios 20:20 dice: "Al que maldiga a su padre y a su madre, su lámpara se le apagará en la más densa oscuridad." Deuteronomio 21:18-21 dice: "Si un hombre tiene un hijo obstinado y rebelde que no obedece la voz de su padre o la voz de su madre y que cuando es castigado no les hace caso...Entonces todos los hombres de la ciudad lo apedrearán hasta matarlo..." Quien se oponía y se rebelaba contra sus padres sin arrepentirse se convertía en un peligro para todo el pueblo. La estabilidad de la sociedad dependía del amor y la obediencia de los hijos en aquellos días, incluso hoy en día.
Dios habla claramente no sólo a los hijos, sino que también advierte a los padres. Los hijos no deben ser "jugueteados" por los adultos, ya que cada niño les es confiado por Dios. Aquí se cumple la promesa de Jesús de otra manera: "Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí" (Mateo 25:40). El apóstol Pablo también advierte que no hay que exasperar a los hijos ni sobrecargarlos (Efesios 6:4; Colosenses 3:21). Los padres no deben ser demasiado indulgentes o descuidados. No deben ser innecesariamente crueles o tercos. No deben olvidar que los hijos exhiben sus cualidades hereditarias. Sin embargo, el pecado y la debilidad heredados no nos permiten ser complacientes con su pecado, sino que deben llevar a los padres a la humildad. Esta humildad produce un espíritu amable que lleva a sus hijos a comportarse correctamente. Por lo tanto, los padres y los hijos necesitan orar a Jesús para que les conceda continuamente el arrepentimiento y la renovación de la mente.
07.5 - Los Conversos del Islam y sus Padres
Sólo hay un caso para que los hijos no obedezcan a sus padres: si les piden que actúen en contra de la voluntad de Dios. La Biblia dice claramente: "¡Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres!" (Hechos 5:29). Hoy en día, tanto en el mundo islámico como en el judío, un número cada vez mayor de jóvenes ya no siguen la creencia de sus padres, pues han conocido y recibido a Jesús como su Salvador personal. Esto crea una dolorosa tensión porque han experimentado un cambio espiritual y moral radical, pues el amor de Dios ha sido derramado en sus corazones por el Espíritu Santo. Esto les ayuda a amar a sus padres más que nunca. Necesitan mucha sabiduría para poder concentrarse en sus buenas acciones en lugar de hablarles de su fe. La paciencia es una virtud y los hijos deben orar con insistencia por sus padres no cristianos para que sean transformados por la gracia. También deben visitarlos tanto como puedan porque nadie nos quiere más en este mundo que nuestros padres.
Pero si los padres se resisten implacablemente al Espíritu de Jesús y obligan a sus hijos a renunciar a su Salvador y amenazan con matarlos según las enseñanzas de la Sharia islámica, es hora de separarse. El espíritu anticristiano de tales padres debe ser condenado y rechazado. Sin duda, los propios padres deben ser honrados y amados sin cesar. Sin embargo, la palabra de Jesús nos guía: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí" (Mateo 10:37). Si los padres son injustos o crueles con sus hijos por razones religiosas, los lazos afectivos, las restricciones culturales o la dependencia económica pueden utilizarse para influir en la decisión final de los hijos. Por eso Jesús nos manda separarnos totalmente de todos los parientes opuestos a su Evangelio para que no nos aparten de la fe. En algunos casos es necesario separarse totalmente de los padres durante un tiempo por el bien del compromiso total con Jesús. Cuando esto ocurre, duele profundamente tanto a los padres como a los hijos, pero el amor de Dios es más grande que los sentimientos de las personas más queridas del mundo.
Los creyentes de una iglesia están llamados a comprometerse a ayudar rápidamente a los conversos necesitados y a ofrecerse como hermanos o hermanas, padres o madres para ellos. Esto puede implicar la formación profesional o los estudios académicos más adelante, así como el matrimonio. Al igual que el amor de los padres es interminable, el amor de la Iglesia por el nuevo miembro debe ser interminable, incluso en el caso de una conducta inadecuada. El amor y la paciencia de Cristo son los criterios de los creyentes que han adoptado a un nuevo converso.
07.6 - Conclusión
El amor en la familia debe ser un reflejo del amor de Dios. El Dios eterno es nuestro Padre y nos llamó a unirnos a su familia para siempre, en Jesucristo. Él nos limpia con la sangre de su Hijo para mantenernos en comunión con Él y nos revive por el poder del Espíritu Santo. Si perdemos a nuestros padres en un accidente o en circunstancias adversas, no debemos desanimarnos, sino confesar con David: "Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recibirá en sus brazos." (Salmo 27:10) Todo amor humano es limitado, pero nuestro Dios nos recibe con su amor incondicional y nos estrecha en su abrazo. La historia del hijo pródigo nos muestra la aceptación del perdido y cómo el padre trató de convencer al orgulloso y piadoso de que tuviera misericordia y amor por el salvado. El padre amaba a ambos y se esforzaba por unirlos. La comunión con Dios Padre sigue siendo la fuente de paz y tranquilidad en nuestras vidas. A veces Dios nos da el privilegio de vivir en la comunión de los santos en la tierra. Por ello, debemos dar las gracias a nuestro Padre celestial por nuestra familia terrenal y por haber sido llamados a ser miembros de su familia celestial.