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6. El sermón de Pedro en Pentecostés (Hechos 2:14-36)
HECHOS 2:33-36
33 Exaltado por el poder de Dios, y habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, ha derramado esto que ustedes ahora ven y oyen. 34 David no subió al cielo, y sin embargo declaró: »“Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, 35 hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”. 36 »Por tanto, sépalo bien todo Israel que a este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías».
Tras una larga introducción y descripción de los principios de la salvación, Pedro mostró por fin a sus oyentes la relación entre Cristo, que fue enviado por Dios, y fue crucificado y resucitado, y el derramamiento del Espíritu Santo. Su venida, muerte y resurrección eran necesarias para la llegada de la nueva era, pues sin la cruz y la resurrección no viene el Espíritu Santo.
Jesús ascendió a la diestra del Padre en plena armonía con él, y Dios derramó mucho honor y gloria sobre aquel que fue descalificado y rechazado por los judíos. Le dio toda la autoridad en el cielo y en la tierra, y encomendó en sus manos el cumplimiento de la promesa del Padre que es el derramamiento del Espíritu Santo sobre sus fieles, orantes, seguidores. El Espíritu Santo viene porque Cristo nos reconcilió con Dios en la cruz, e intercede por nosotros como sumo sacerdote santo ante el Padre. El servicio de intercesión de Cristo es el derramamiento del Espíritu Santo.
De hecho, nadie está cerca de Dios y establecido en el trono de la gracia excepto Jesús de Nazaret. Todos los profetas, reyes y fundadores de religiones están muertos en las tumbas o en el descanso del cielo como Abraham, Moisés y Elías. Sin embargo, sólo Cristo está tan cerca de Dios que está unido a él, pues es el mismo Señor. Él permanece en su Padre y su Padre en él para siempre. Una vez más, en la revelación del Espíritu Santo, el profeta David vio esta unidad entre el Padre y el Hijo. Escuchó la conversación entre Dios y su Cristo, y oyó lo que el Padre dijo a su Hijo cuando vino a él después de su ascensión al cielo rodeado de los cantos de alabanza de todos los ángeles. Le llamó: "Por favor, siéntate y descansa, porque has terminado tu servicio en tu cuerpo humano sufriente. Has completado la salvación. A partir de ahora trabajo con el poder de mi Espíritu que lleva a cabo la salvación a todos los rectos que me buscan, y el juicio a los injustos y obstinados.
El juicio comenzó sobre los hombres desde el descenso del Espíritu Santo. Pedro, guiado por el Espíritu Santo, dijo a los judíos en su cara que Dios los convertiría en el escabel de Cristo si no se arrepentían, no creían en el crucificado y no recibían con lágrimas al Hijo de Dios. Esta temible afirmación se refiere también a todos los hombres de todos los continentes con todos sus partidos y religiones. El que no reciba al Hijo será atado y puesto bajo sus pies para siempre.
De este modo, Pedro mostró a su pueblo que el Espíritu Santo podía habitar desde el Pentecostés en todas las partes de nuestro mundo sin impedimento alguno, pues Cristo había eliminado la división entre Dios y nosotros. La tormenta del amor de Dios continúa y la salvación se consuma en los que creen.
Desgraciadamente, el Espíritu de la verdad no pudo habitar en la mayoría de los judíos, pues hubo un pecado que no fue confesado por los miembros del Antiguo Testamento que es matar a Cristo y rechazarlo incluso después de la muerte. El Espíritu Santo impulsó al orador a apuñalarlos en su herida. Dijo: "Jesús, el joven de Nazaret, es ciento por ciento el mismo Señor que fue recibido en el cielo y se sentó a la derecha de Dios. Él es el verdadero Dios del verdadero Dios. Es el propio Cristo ungido al que habéis crucificado". Con estas palabras, el más adelantado de los apóstoles dijo a los judíos que habían errado el final de su historia, y que habían hecho mal al significado de su pacto con Dios. En nombre de Dios hirió a todos los hijos de la nación y no sólo a los individuos, y los condenó no a la manera humana, sino como el Juez eterno condena y golpea profundamente las conciencias.
Al principio del discurso de Pedro, algunos de los judíos se burlaron de los discípulos y los acusaron de estar intoxicados, porque la alegría del Espíritu Santo los había llenado. Entonces Pedro les aclaró la verdad evidente no por medios retóricos, sino por el poder del Espíritu Santo. Explicó quién era el Espíritu Santo que habitaba en ellos, de dónde venía y la razón de su presencia, hasta que finalmente y con la mayor severidad hizo evidente que matar a Cristo era la culpa de su nación. De esta guía vemos que el Espíritu Santo nunca acepta un compromiso, ni permite que mezclemos la verdad con la falsedad. Él condena tu desobediencia y aplasta tu altivez. Hoy, si quieres escuchar su voz, no endurezcas tu corazón.
ORACIÓN: Oh Padre, hemos pecado contra ti y hemos participado en la crucifixión de tu Hijo con nuestro amor terrenal. Yo y mis pecados hemos clavado sus manos. Por favor, perdona mi pecado y santifícame por tu Espíritu Santo para que rechace todo pecado desde su origen y no caiga en la tentación, sino que confiese a Jesucristo como Señor y Salvador, y haga su voluntad con su amor. Oh, Señor, aguijonea todos los corazones duros para que se arrepientan, se vuelvan a ti y se quebranten.
PREGUNTA:
- ¿Por qué subió Cristo al cielo?