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b) Pedro confirmado en el servicio del rebaño (Juán 21:15-19)
JUÁN 21:18-19
18 De veras te aseguro que cuando eras más joven te vestías tú mismo e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos y otro te vestirá y te llevará adonde no quieras ir. 19 Esto dijo Jesús para dar a entender la clase de muerte con que Pedro glorificaría a Dios. Después de eso añadió: —¡Sígueme!
Jesús comprendió que el corazón de Pedro, su discípulo, era celoso y emocional. A menudo encontramos esta etapa difícil en la experiencia de los jóvenes cuando muestran por primera vez su fe en Cristo. Tan pronto como experimentan el Espíritu Santo, estallan y se apresuran a salvar a otros. Pero la mayoría de las veces, sirven con mero entusiasmo humano, no con la guía de Jesús, que es amable, en oración y cooperativo.
Sin embargo, Jesús profetizó que Pedro superaría su confianza en sí mismo y maduraría en espíritu, entregándose a su Señor, cautivo del amor, queriendo sólo lo que Cristo desea. Pedro se quedó en Jerusalén y no fue a los gentiles. Fue golpeado y encarcelado varias veces, en una ocasión fue liberado por el Ángel del Señor. Fue guiado por el Espíritu Santo a la casa de Cornelio, el centurión romano, donde descubrió que el Espíritu Santo podía descender sobre los gentiles, antes considerados impuros. Con este paso en la evangelización, abrió la puerta a la misión mundial.
Tras ser liberado de la prisión de Herodes, Pedro recorrió las iglesias recién fundadas, especialmente después de que Pablo fuera encarcelado. Así, el líder de los apóstoles visitaba a los cristianos de origen gentil, animándolos con mensajes paternales. La tradición recoge su muerte en Roma durante la persecución neroniana. Considerándose indigno de morir crucificado como su Señor, rogó que lo crucificaran cabeza abajo. Jesús había aludido a esto, cuando dijo que Pedro glorificaría a Dios en su propia muerte.
Anteriormente, Pedro había indicado a Jesús que estaba dispuesto a dar la vida por su Señor. Jesús le respondió: "Adonde yo voy, no puedes seguirme ahora, pero me seguirás más tarde." (Juan 13:36). Jesús asoció a sus discípulos con su poder y gloria para que sean uno con él, el Padre y el Espíritu Santo. Los hizo partícipes de su sufrimiento y muerte, que son el preludio de la gloria. La gloria en el Evangelio no significa resplandor u honor en términos mundanos, sino sufrimiento y cruz por Aquel que nos ama. Pedro no podía glorificar a Dios por sí mismo, pero la sangre de Cristo lo limpió y el poder del Espíritu lo santificó, de modo que se negó a sí mismo y vivió para su Señor y murió para glorificarlo.
Entonces, Cristo dio a Pedro una orden militar: "¡Sígueme!". En la medida en que le sigamos en la vida y en la muerte, daremos frutos de amor y santificaremos el nombre del misericordioso Padre.
ORACIÓN: Señor Jesucristo, te damos gracias porque no rechazaste a Pedro, aunque te negó, sino que lo llamaste para glorificar a la Santísima Trinidad en la vida y en la muerte. Toma también nuestras vidas y límpianos para poner nuestra voluntad plenamente bajo tu dirección, para guardar tus mandamientos, para amar a nuestros enemigos y para honrarte con una fe obediente hasta el final, de tal manera que nuestras vidas se conviertan en alabanza a tu gracia.
PREGUNTA:
- ¿Cómo glorificó Pedro a Dios?