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n) La aclaración sobre la venida prometida de Elías (Mateo 17:9-13)
MATEO 17:9-13
9 Mientras bajaban de la montaña, Jesús les encargó: —No cuenten a nadie lo que han visto hasta que el Hijo del hombre se levante de entre los muertos. 10 Entonces los discípulos preguntaron a Jesús: —¿Por qué dicen los maestros de la Ley que Elías tiene que venir primero? 11 —Sin duda Elías vendrá y restaurará todas las cosas —respondió Jesús—. 12 Pero les digo que Elías ya vino y no lo reconocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron. De la misma manera, va a sufrir el Hijo del hombre a manos de ellos. 13 Entonces entendieron los discípulos que les estaba hablando de Juan el Bautista. (Mateo 11:14; 14:9-10; 16:20, Lucas 1:17)
Cuando los discípulos descendieron del imponente monte Hermón al profundo valle del Jordán, sus mentes estaban llenas de lo que Jesús les había hablado y de lo que habían presenciado.
Jesús les ordenó a sus tres discípulos no decir ni una palabra sobre lo que habían visto de su gloria ni escribir sobre ello hasta que Él hubiera resucitado de entre los muertos, momento en el que todos podrían reconocer quién era. Sin embargo, los discípulos no comprendían lo que Cristo quería decir con la resurrección, pero guardaron silencio según la voluntad de su Señor. No lograron entender la resurrección de Jesús porque el Espíritu Santo aún no habitaba en ellos.
Los discípulos habían oído de los escribas que Elías aparecería y que su llegada estaría relacionada con la venida de Cristo. Creían que entonces Jesús establecería su reino, haría descender fuego del cielo como lo había hecho Elías y obtendría la victoria, tal como el profeta en el monte Carmelo cuando derrotó a los sacerdotes falsos. Sin embargo, Jesús les dejó claro a sus discípulos que su reino no era de naturaleza política y que sus seguidores no recibirían poder político alguno.
Jesús les explicó que Juan el Bautista predicaba con el espíritu del Elías prometido. Preparó el camino para Cristo a través de su llamado al arrepentimiento, y no mediante un entrenamiento militar de sus seguidores en el desierto. Aquel que clamaba en el desierto murió a manos del tirano Herodes.
Para profundizar este concepto, Jesús declaró nuevamente que sería oprimido por los líderes, abandonado por el pueblo, condenado por Dios y moriría por nuestros pecados. Jesús no motivó a sus discípulos a una insurrección política ni a un desarrollo económico, sino que les aseguró un quebranto seguro y el fracaso total de sus esperanzas terrenales.
Los discípulos llegaron a estar convencidos de su gloria y santidad, habiendo visto la vida eterna que vino a nuestro mundo. La muerte de Jesús no es el final. Su resurrección nos transforma en participantes de la vida de Dios. ¿Siguen habitando en tu corazón metas mundanas y esperanzas pasajeras? ¿O has avanzado hacia la vida de Dios que se proclama en los creyentes con la venida de Cristo, el Salvador? Ora para que Él transforme tu vida y te llene con su Espíritu Santo, para que puedas permanecer firme para siempre.
ORACIÓN: Oh santo Hijo de Dios, te glorificamos porque moriste bajo la ira de Dios en nuestro lugar y quitaste nuestros pecados. Te damos gracias porque nos trajiste la vida del Padre. Tu vida nunca morirá, porque tú eres el Santísimo. Nuestra fe nos une a ti, y tu poder fluye en nuestra debilidad. Tú eres lo que perdura en nuestros corazones. Guárdanos en la hora de nuestra muerte para que vivamos en ti, que moriste por nuestros pecados y perdonaste nuestras culpas. Tú eres nuestra esperanza segura y nuestra salvación. ¡En ti somos glorificados!
PREGUNTA:
- ¿Cuál es la relación entre Juan el Bautista y el profeta Elías?