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Resumen de nuestras obligaciones hacia los hombres
Quien se adentre en los renovados mandamientos de Cristo, mencionados anteriormente, observará que Él no se enfoca tanto en la transgresión de la Ley de Moisés ni en las sanciones correspondientes. Estos principios, plasmados en las Sagradas Escrituras milenios atrás, no requerían ser reiterados o reintroducidos.
Cristo se manifestó para cumplir la Ley de Moisés, desvelando y escrutando las intenciones ocultas del pecador. Su propósito no es castigarnos, como dicta la Ley, sino liberarnos de las malas intenciones que nos esclavizan y santificarnos en su totalidad. Por ello, Él renueva nuestras metas, transforma nuestras intenciones, infunde en nosotros el amor y nos guía hacia la pureza y la moderación. La Ley cristiana no es un misterio ni una carga para el hombre. Cristo no busca corregir al pecador a través de castigos ni someterlo a penas. Su objetivo es transformarnos a su semejanza, a la imagen de su Padre celestial, para que se cumpla en nosotros el propósito de la creación: "Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios" (Génesis 1:27). Cristo ama y purifica al pecador, pero rechaza de manera absoluta el pecado y, por ende, desvela nuestros pensamientos más profundos. A pesar de nuestra debilidad, Él llevó nuestros pecados en su corazón y asumió nuestro duro juicio para manifestar en sí mismo el amor que se nos demanda. Basándose en su sacrificio redentor, derramó su Espíritu Santo en nuestros corazones para generar en nosotros una nueva comprensión, de manera que podamos amarnos mutuamente como Él nos amó.
La esencia de su Ley radica en el amor, ya que Dios es amor y Cristo, al cambiar nuestras intenciones y otorgarnos el poder del Espíritu Santo, cumple su Ley en nosotros. De esta manera, podemos cumplir su Ley. Tal como oró el profeta David: "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu firme dentro de mí." (Salmo 51:10).
PREGUNTA:
- ¿Cuál es la diferencia radical entre la Ley de Moisés y la Ley de Cristo?