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3. Cristo resucita a los muertos y juzga al mundo (Juán 5:20-30)
JUÁN 5:25-26
25 “Ciertamente les aseguro que ya viene la hora, y ha llegado ya, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. 26 Porque, así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha concedido al Hijo el tener vida en sí mismo…”
Jesús deja claro que Él es la Verdad, al decir: "Ciertamente les aseguro". Cumple las predicciones relativas a su venida más profundamente de lo que los pueblos del Antiguo Testamento imaginaban. Él resucita a los muertos hoy y mañana. Todos están muertos en el pecado y corrompidos. Pero Jesús es el Santo, el Hijo de Dios encarnado, que en su cuerpo venció al pecado para hacernos partícipes de su vida por la fe. Quien hoy presta atención al Evangelio de la salvación, lo comprende y se aferra a Jesús, recibe la vida de Dios. Desde el día de la resurrección sabemos que nuestra fe es la fe de la vida, no la religión de la muerte y la perdición. Jesús pone el Espíritu de su vida en los que le escuchan, aunque todavía no lo entienden del todo, pero anhelan comprender la plenitud de sus palabras. En ellos crea la auténtica escucha y en ellos se efectúa la palabra milagrosa. Los muertos no pueden resucitar ni escuchar por sí mismos, pero Jesús les da vida y así prestan atención.
Nuestra vida terrenal perece, pero la vida divina que se nos concede permanece para siempre. Como dijo Jesús: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera"
Cristo puede revivirnos, ya que el Padre le concedió la plenitud de la vida eterna. Cristo es como un gran manantial del que brota sin cesar el agua de la vida. De Él recibimos luz sobre luz, amor sobre amor, verdad sobre verdad. De Él no proceden la corrupción, las tinieblas ni los malos pensamientos. Está lleno de amor, como lo expresó Pablo: Cristo es compasivo y un amigo no tiene envidia ni se jacta; no busca cosas para sí mismo ni piensa mal de los demás ni se alegra de la culpa. Lo soporta todo y es paciente con todos; su amor nunca falla. Esto nos lo ha concedido con su Espíritu. Seamos fuentes de vida.
JUÁN 5:27-29
27 “…y le ha dado autoridad para juzgar, puesto que es el Hijo del hombre. 28» No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, 29 y saldrán de allí. Los que han hecho el bien resucitarán para tener vida, pero los que han practicado el mal resucitarán para ser juzgados.”
El hombre natural está muerto, a causa del pecado. Quien no se apresura al amor de Dios se juzga a sí mismo. Las palabras de Cristo son amorosas, poderosas y puras. Quien le escucha vive. Al mismo tiempo, sus palabras y su conducta son las reglas de nuestra vida. Dios le encomienda el juicio; es el Santo, tentado como nosotros, pero sin pecado. Ningún hombre tendrá un pretexto ante el tribunal divino. Cristo sigue siendo la única Persona digna de asumir el juicio universal. Él puede decidir el destino de toda la humanidad. Los ángeles y todas las criaturas le adoran.
La resurrección es segura, por orden de Jesús. Su llamado atravesará nuestro mundo; los muertos no escuchan los llamados ordinarios. Pero la voz del Hijo hará temblar a los muertos. Las almas dormidas serán despertadas y abandonarán sus tumbas. Maravilla de las maravillas, algunas almas se levantarán como vivas, mientras que otras como aparentemente muertas. Hay dos resurrecciones, una para la vida, la otra para el juicio. Esa hora traerá maravillosas sorpresas: Algunos estarán envueltos en la oscuridad, mientras que nosotros pensábamos que eran luces brillantes. Otros brillarán como el sol, cuando creíamos que eran simples y sin importancia.
Los buenos que están vivos ante Dios, no eran mejores que los malos. Pero el primer grupo fue perdonado por Cristo Jesús y respondió con agradecimiento. Vivían en el poder de su Evangelio. Sus vidas mostraban los frutos que produce el Espíritu Santo. Jesús ha borrado todas sus manchas con su preciosa sangre. Esta gracia les llegó por la fe.
Sin embargo, quien piense que sus propias obras son suficientes ante Dios, escuchará esta frase: "Egoísta, ¿por qué te preocupaste sólo por tu propia liberación, pero no amaste a tus enemigos? ¿Por qué no aceptaste la plena reconciliación que el Crucificado efectuó entre tú y Dios? ¿Y cómo rechazaste su vida eterna en tu ser? Tu orgullo te ha hecho elegir la muerte, por lo que continúas sin la gracia que se te ofrece". Los muertos en el pecado serán sometidos a un juicio severo y recibirán una cuenta detallada de sus palabras, obras y pensamientos. Mientras que el que fue atraído a la gloria de Cristo por la fe en Él, tiene el amor derramado de parte de Cristo. Esto lo impulsó al servicio misericordioso que es la característica de la vida eterna hoy.
JUÁN 5:30
30 "Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta; juzgo solo según lo que oigo, y mi juicio es justo, pues no busco hacer mi propia voluntad, sino cumplir la voluntad del que me envió."
Cristo lleva a cabo la mayor tarea de todas; es el Juez eterno. Cristo era consciente de esta autoridad que se le otorgaba. Sin embargo, fue humilde, descendiendo al grado más bajo en humildad, diciendo: "Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta". Es decir, no puedo juzgar, pensar, amar o respirar por mí mismo. Por eso dio todo el honor al Padre.
En todo momento Jesús estuvo ligado a su Padre. Esta línea telefónica nunca se interrumpió entre ambos. La voz de Dios le informaba sobre los espíritus del hombre. El Espíritu de Dios examina el mundo y pone a prueba también tu corazón, revelando tus pensamientos y lo que ocultas a los demás. Este Espíritu en Cristo te juzga correctamente. Bendito seas si confiesas tus pecados ante Dios y has aceptado el perdón del Crucificado. Tu nombre será inscrito en el Libro de la Vida. Entonces, a los justos les dirá: "Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo.".
Cristo, la Verdad, no miente; sabe lo que hay en el pecho humano. Conoce los rasgos que heredamos de nuestros antepasados y no nos juzga precipitadamente. Espera pacientemente el arrepentimiento del pecador. Su naturaleza santa separará a los que se han vuelto misericordiosos a través de Su misericordia, de los que rechazan su Espíritu y permanecen con el corazón endurecido.
Cristo mostró su mansedumbre junto a su humildad. No dejó de pedir a su Padre en todos los asuntos lo que deseaba. Así, Cristo cumplió la voluntad de su Padre en palabra y obra hasta la cruz. En la hora decisiva oró: "no se cumpla mi voluntad, sino la tuya". Así dispensará completamente los juicios de Dios.
Todas estas relaciones entre el Padre y el Hijo registradas por el evangelista tienen como objetivo fundamentar la fe de la unidad trinitaria. La autoridad para resucitar a las personas de entre los muertos pertenece al Padre y al Hijo por igual. Dios le mostró todas sus obras y no hizo nada revelando al Hijo. La voz de Cristo resucitará a los muertos; tiene las llaves de la muerte y del infierno. Nuestra fe es un misterio para el mero intelecto; sólo si el amor de Cristo se derrama en nosotros con su mansedumbre, nos daremos cuenta de lo razonable de que Dios es Uno en tres Personas para nuestra salvación.
PREGUNTA:
- ¿Cuál es la relación entre el Padre y el Hijo tal y como nos la explica Jesús?