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11. Pedro y Juan encarcelados y llevados a juicio por primera vez (Hechos 4:1-22)
HECHOS 4:1-7
1 Mientras Pedro y Juan le hablaban a la gente, se les presentaron los sacerdotes, el capitán de la guardia del templo y los saduceos. 2 Estaban muy disgustados porque los apóstoles enseñaban a la gente y proclamaban la resurrección, que se había hecho evidente en el caso de Jesús. 3 Prendieron a Pedro y a Juan y, como ya anochecía, los metieron en la cárcel hasta el día siguiente. 4 Pero muchos de los que oyeron el mensaje creyeron, y el número de estos, contando solo a los hombres, llegaba a unos cinco mil. 5 Al día siguiente se reunieron en Jerusalén los gobernantes, los ancianos y los maestros de la ley. 6 Allí estaban el sumo sacerdote Anás, Caifás, Juan, Alejandro y los otros miembros de la familia del sumo sacerdote. 7 Hicieron que Pedro y Juan comparecieran ante ellos y comenzaron a interrogarlos: —¿Con qué poder, o en nombre de quién, hicieron ustedes esto?
Allí donde aparece la bendición se sacude el infierno. Jesús curó al tullido por medio de Pedro y Juan. Las multitudes se apresuraron a escuchar el evangelio y la policía del Templo intervino, pues consideraba que el milagro era dudoso y que la reunión de la gente era un peligro para la seguridad. Al lado de los sacerdotes y de los que tenían la responsabilidad de preservar el orden en el Templo, los saduceos educados se movieron rápidamente e incitaron al pueblo contra los inofensivos pescadores que enseñaban a las multitudes sin permiso, pues los saduceos pensaban que el privilegio de hablar en público estaba confinado sólo a los eruditos y a los filósofos. Se sintieron especialmente molestos y apenados porque los galileos proclamaron que Jesús había resucitado de entre los muertos, en contra de su creencia, pues aquella gente ilustrada y culta negaba la doctrina de la resurrección, y en consecuencia el testimonio de la resurrección de Cristo se convirtió en el principal motivo para arrestar a los apóstoles, que fueron conducidos por la policía del Templo a la cárcel, donde pasaron la fría noche orando, creyendo y agradeciendo a Jesús su triunfo al curar al cojo. Glorificaron al Señor porque les dio la oportunidad de dirigirse a las multitudes en el Templo, y se prepararon en oración para el juicio del día siguiente.
El sermón de fe de los apóstoles tuvo un gran efecto sobre las multitudes. Muchos con el corazón quebrantado creyeron en Jesús crucificado y resucitado, y recibieron el perdón de sus pecados, de modo que el número de seguidores de Cristo llegó a cinco mil. Aquella era la iglesia primitiva. No tenían una catedral, ni una casa pomposa, sino que estaban llenos del Espíritu Santo. El Señor mismo habitaba en ellos y actuaba a través de ellos. Muchos se reunían para orar por los encarcelados por el nombre de Jesús.
Al día siguiente se reunió el comité de investigación del Sanedrín, el supremo tribunal de los judíos. Este comité incluía a gobernantes de la parentela del sumo sacerdote que eran los más activos contra Jesús y lo condenaron personalmente a muerte por blasfemia, pues el Hijo de Dios que estaba atado en medio de ellos les dijo que a partir de entonces verían al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Poder. De hecho, este Poder divino actuó una vez más en los dos apóstoles con verdadera refulgencia.
Al presentarse Pedro y Juan ante el astuto Caifás y el dominante Anás, Jesús dio a sus perseguidores y jueces una vez más la oportunidad de convertirse y arrepentirse de la mano de sus apóstoles. Esta audiencia era muy importante, no para los apóstoles, sino para los jueces, ya que tal vez podrían arrepentirse y creer en Cristo resucitado de entre los muertos, el Señor vivo y triunfante.
Los que eran hábiles en el manejo de las audiencias no iban despacio con las preguntas introductorias, sino que iban directamente a la parte esencial de la cuestión. Preguntaron a los discípulos quién los había enviado y qué clase de poder actuaba en ellos. La misma pregunta que le habían hecho a Juan el Bautista y al propio Jesús, pues habían sentido el poder de Dios y visto los milagros, pero no entendían las palabras del Espíritu Santo, y no reconocían el poder de la palabra de Dios, pues estaban endurecidos a la voz del Señor, y entregados a su orgullo, altanería y rigor en las disposiciones de la ley. Es una gran desgracia escuchar con los oídos y no oír, y mirar con los ojos abiertos y no ver.
ORACIÓN: Oh Señor, abre mi corazón, derrama tu Espíritu en mi mente e ilumina mi voluntad para que pueda amar tu palabra, creer en tu revelación, cumplir tus mandatos y no resistir la atracción de tu amor. Abre también los oídos de la gente de nuestra nación, e ilumina los ojos del mundo para que reconozcan a Jesús como el Salvador, crean en él y reciban la vida eterna.
PREGUNTA:
- ¿Qué significa la reunión entre el Alto Consejo y los dos apóstoles?