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4. Jesús interrogado por los ancianos de los judíos (Mateo 21:23-27)
MATEO 21:24-27
24 Él respondió: —Yo también voy a hacerles una pregunta. Si me la contestan, les diré con qué autoridad hago esto. 25 El bautismo de Juan, ¿de dónde procedía? ¿Del cielo o de los hombres? Ellos comenzaron a discutir entre sí: «Si respondemos “del cielo”, nos dirá “entonces, ¿por qué no le creyeron?”. 26 Pero si decimos “de los hombres”, tememos al pueblo, porque todos consideran que Juan era un profeta». 27 Así que respondieron a Jesús: —No lo sabemos. —Pues yo tampoco les voy a decir con qué autoridad hago esto —dijo Jesús. (Mateo 14:5)
Cristo reconoció la trampa que le tendían sus enemigos. No respondió inmediatamente a su pregunta, sino que les dio la oportunidad de dar marcha atrás y admitir que Dios había enviado a Juan el Bautista para preparar el camino de Cristo. Esta manera de responder nos enseña dos cosas:
Primero, Jesús no enseñaba a las personas con palabras explícitas para demostrar que era el Hijo de Dios. En cambio, esperaba el desarrollo gradual de su fe desde un corazón obediente. Quería que estuvieran seguros de su divinidad y que ese reconocimiento los llevara a acercarse a él con amor. Esto contrasta con nuestra forma de intentar convencer a las personas de la divinidad de Cristo, a menudo utilizando argumentos o estrategias persuasivas. Es mejor destacar sus obras, su pureza y su bondad, para que las personas desarrollen confianza en el Hijo del Hombre. Deben llegar a entender que aquel que resucita a los muertos ama a los pecadores y perdona a sus enemigos, y que finalmente crean que él es Dios encarnado.
Segundo, Cristo despertó el razonamiento en sus enemigos. Intentó prepararlos para el arrepentimiento, animándolos a abandonar sus creencias erróneas y evitar juicios carentes de amor. Si hubieran reconocido y admitido que el bautismo de Juan venía de Dios, habrían podido confesar y arrepentirse de sus pecados. Sin embargo, como se consideraban justos y piadosos, no estaban dispuestos a someterse a Jesús. Sus corazones se endurecieron, se llenaron de ira y albergaron odio hacia él.
Si estos enemigos de Cristo hubieran admitido que el bautismo de Juan era de Dios, habrían comprometido su propia credibilidad. Reconocer que una doctrina viene de Dios y no recibirla ni practicarla es una de las mayores iniquidades. Muchas personas permanecen en la esclavitud del pecado porque, por negligencia o rechazo, no aceptan lo que saben que es verdadero y bueno. Al rechazar el consejo de Dios y no someterse al bautismo de Juan, quedaron sin excusa.
Por otro lado, si afirmaban que el bautismo de Juan era solo un acto humano, temían por su seguridad, pues eso podría desatar la ira del pueblo. Los principales sacerdotes y los ancianos temían al pueblo común, y esto mantenía sus conciencias desordenadas y alimentaba los celos mutuos. El gobierno se había convertido en objeto de desprecio y odio, cumpliendo así la Escritura: "Yo he hecho que ustedes sean despreciables y viles ante todo el pueblo" (Malaquías 2:9). Si hubieran mantenido su integridad y cumplido con su deber, habrían conservado su autoridad y no habrían tenido por qué temer al pueblo. Pero aquellos que buscaban hacer que la gente les temiera, no podían evitar temer al pueblo ellos mismos.
De este modo, la delegación del alto consejo judío se escudó en la excusa de que no sabían de dónde provenía el bautismo de Juan. Fue un fracaso vergonzoso para ellos, mientras el pueblo observaba el debate y sonreía ante la deshonestidad de sus líderes.
Jesús llevó a la delegación a caer en la misma trampa que ellos le habían tendido. Ocultó la declaración de su autoridad y divinidad por dos razones: 1) porque no creían en él, y 2) porque aún no había llegado su hora, el momento en que su gloria plena sería revelada de manera decisiva ante sus enemigos.
ORACIÓN: Padre celestial, tú eres el Dios verdadero. Has dado tu autoridad a tu Hijo para que nos salve y nos santifique. Te adoramos a ti y a tu Cristo porque tú estás lleno de amor, compasión, misericordia y bondad. Te damos gracias porque nos redimiste de la esclavitud del pecado con la sangre del crucificado y nos santificaste por el poder de su Espíritu Santo. Te pedimos que liberes a los incrédulos que nos rodean de su incredulidad. Únelos en el Espíritu Santo para que crean que tú eres el Padre todopoderoso.
PREGUNTA:
- ¿Por qué Jesús no declaró su autoridad a la delegación del alto consejo judío?