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10. La navegación de Anatolia al Líbano (Hechos 21:1-6)
HECHOS 21:1-6
1 Después de separarnos de ellos, zarpamos y navegamos directamente a Cos. Al día siguiente fuimos a Rodas, y de allí a Pátara. 2 Como encontramos un barco que iba para Fenicia, subimos a bordo y zarpamos. 3 Después de avistar Chipre y de pasar al sur de la isla, navegamos hacia Siria y llegamos a Tiro, donde el barco tenía que descargar. 4 Allí encontramos a los discípulos y nos quedamos con ellos siete días. Ellos, por medio del Espíritu, exhortaron a Pablo a que no subiera a Jerusalén. 5 Pero, al cabo de algunos días, partimos y continuamos nuestro viaje. Todos los discípulos, incluso las mujeres y los niños, nos acompañaron hasta las afueras de la ciudad, y allí en la playa nos arrodillamos y oramos. 6 Luego de despedirnos, subimos a bordo y ellos regresaron a sus hogares.
Quien viaje hoy en un avión sobre la isla de Rodas, y atraviese la isla de Cos en dirección a Atenas, pasará sobre la tierra profundamente bronceada en medio del azul cristalino del mar Mediterráneo. Así como el viajero de hoy atraviesa vastas distancias en pocos minutos, con gran velocidad y un ruido loco, Pablo viajaba hace dos mil años en un velero atravesando estrechos, golfos y cabos en armonía y coordinación con los vientos y las olas.
Durante este largo viaje, Pablo tuvo tiempo suficiente para hablar a sus compañeros sobre Jesús, profundizar en la plenitud de la Ley e iluminarlos con la libertad del Evangelio. La importancia de este viaje era la formación espiritual de los futuros líderes de la iglesia, y la comunión continua en oración. Los que se reunieron pensaron en sus iglesias de Grecia y Anatolia, y oraron, mientras estaban en medio del mar, para que el Espíritu Santo se derramara sobre los nuevos creyentes en sus hogares, a fin de que aparecieran en sus seguidores todos los frutos del amor de Cristo.
Cuando el apóstol y sus compañeros de viaje vieron un barco que se dirigía directamente a Siria, subieron a bordo con alegría, pues una condición tan favorable les permitía hacer un viaje rápido y ahorrarse muchos problemas y tiempo, en vez de dar vueltas por costas y puertos, y detenerse en Tarso, Antioquía, etc. No se detuvieron en Pafos, el puerto marítimo de Chipre. Sin embargo, Pablo debió contarles cómo Cristo venció al diablo, cuando el apóstol y Bernabé iniciaron su viaje misionero dentro de esta hermosa isla. Pero el primer objetivo de la predicación no eran las islas maravillosas, sino los duros caminos en los desiertos y páramos, y la prisa hacia las capitales pobladas esforzándose y predicando, mientras el Señor dirige a su siervo.
Entonces la procesión triunfal de Cristo llegó a Tiro, la ciudad rica, la isla que Alejandro unió con el continente en el año 300 a.C. Allí el barco descargó su cargamento, y Pablo desembarcó con sus compañeros en las plazas del mercado buscando a los hermanos en la fe que eran pocos allí, pero activos en los medios del comercio y la pesca. El apóstol los encontró en sus casas, y permaneció una semana completa en esta ciudad predicando al Dios del reino, y predicando a los corazones fieles.
En este último viaje, el apóstol no visitó Éfeso, la gran capital, ni acudió a su vigorosa iglesia, que echó raíces y creció con la ayuda de Dios y el poder del Espíritu Santo. Sino que se quedó en Tiro porque quería fortalecer su debilidad y llenarla del Espíritu de Dios.
Desconocemos desde cuándo el nombre de Jesús caló hondo en el corazón de los habitantes de Tiro. Pero indudablemente el Espíritu del Señor había hablado con la claridad de la profecía en sus corazones e idiomas. El tema, que el Espíritu Santo había declarado en Éfeso, también surgió en Tiro, que Pablo tenía que sufrir y ser severamente torturado en Jerusalén, y que el fin de su ministerio estaba cerca. El Espíritu Santo no habló impidiendo que Pablo vaya a Jerusalén, pero la gente de la iglesia se opuso a que fuera para sufrir tribulación. Esta fue una reacción humana del amor de ellos hacia él y la preocupación por su seguridad. Pero el siervo de Cristo quería seguir hasta los últimos pasos de su Señor. Por eso, el viaje de Pablo de Corinto a Jerusalén se mostraba no sólo como la procesión triunfal de Cristo, sino también como un camino hacia los sufrimientos y las tribulaciones. Pablo se dirigió voluntariamente hacia Jerusalén, dispuesto a honrar a su Señor sacrificándose. El verdadero creyente no huye de la tribulación, pues para él morir es ganancia venidera por la manifestación de la gloria de Cristo en sus seguidores.
Así, toda la Iglesia de Tiro acompañó a Pablo y a sus compañeros hasta la orilla del mar. Hombres, mujeres, esclavos y ancianos de las iglesias de Asia y Europa se arrodillaron junto al apóstol. No se preocuparon de la gente que les rodeaba, sino que oraron juntos y se despidieron del apóstol y de sus compañeros, sabiendo que no volverían a verle.
ORACIÓN: Señor, tus caminos son santos y tu amor no tiene límites. Enséñanos a confiar en ti, y a construir nuestro futuro con tu guía. Ayúdanos a no temer de las tribulaciones, ni a huir del sufrimiento por ti. Perdona nuestros pecados, santifícanos y purifica a todos los miembros de tu Iglesia en el mundo.
PREGUNTA:
- ¿Cuáles fueron las experiencias de Pablo en Tiro?