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1. La separación de Bernabé y Saulo para la obra (Hechos 13:1-3)
HECHOS 13:1-3
1 En la iglesia de Antioquía eran profetas y maestros Bernabé; Simeón, apodado el Negro; Lucio de Cirene; Manaén, que se había criado con Herodes el tetrarca; y Saulo. 2 Mientras ayunaban y participaban en el culto al Señor, el Espíritu Santo dijo: «Apártenme ahora a Bernabé y a Saulo para el trabajo al que los he llamado». 3 Así que después de ayunar, orar e imponerles las manos, los despidieron.
Antioquía era la mayor capital de Oriente en aquella época. Se la llamaba la "Roma de Oriente". En este centro principal del comercio y de las comunicaciones mundiales, se formó la Iglesia primitiva, bien establecida en vitalidad y madurez. La mayoría de sus miembros eran analfabetos que creyeron en Cristo, no a través de los apóstoles, sino por el testimonio de simples creyentes.
La iglesia madre de Jerusalén había enviado a Bernabé como un visitante paternal para fortalecer a los nuevos creyentes. Este delegado tomó a Saulo, el activo teólogo, como su compañero, y ministraron juntos un año completo en la iglesia de Antioquía, esta iglesia creció en número y en poder y se convirtió en el segundo centro del cristianismo además de Jerusalén, y el punto de partida para la predicación a los gentiles.
Los dones del Espíritu prosperaron ricamente en esta iglesia a través de la profecía y la enseñanza. Los profetas en el Nuevo Testamento no eran representantes separados del pueblo, sino que vivían dentro de la iglesia como todos los creyentes. Sin embargo, se dieron cuenta de la voluntad de Dios antes que los demás, comprendieron los misterios en sus conciencias, previeron el desarrollo del futuro y obedecieron la guía del Espíritu Santo inmediatamente. Por eso Pablo advirtió después a los creyentes en sus epístolas y les afirmó que no despreciaran el don de profecía, pues es necesario para la formación de las iglesias, así como la levadura es necesaria para la masa.
Los maestros se adentraban profundamente con diligencia en la plenitud de la palabra de Dios, y enseñaban a los miembros de la iglesia ordenada y gradualmente el significado de la Ley, las palabras de Jesús y la doctrina de los apóstoles. Esos maestros dirigían su enseñanza principalmente a la voluntad y la memoria de sus oyentes, mientras que los profetas se dirigían en primer lugar a los corazones, las mentes y los sentimientos. Dios quiere poseer completamente un cuerpo, un alma y un espíritu para impulsarlos a la alabanza, a la predicación y a la fe sobria.
Todos los diferentes dones en la iglesia estaban incluidos con el amor, que es el vínculo de la perfección. No había obispo ni líder entre los miembros. Discutían sus asuntos dentro del círculo de los hermanos y ancianos, con un acuerdo común. Bernabé, el chipriota maduro y sereno, no supervisó la iglesia, aunque fue enviado a inspeccionarla, sino que se humilló, se unió firmemente a los hermanos y los guió hacia la cooperación y la asociación fraternal. Los hermanos cireneos y chipriotas son muy probablemente los fundadores de la iglesia de Antioquía (11:20). Entre ellos estaba Manaén, el hermano adoptivo de Herodes que había decapitado a Juan el Bautista. Ambos niños se alimentaron de la misma leche, pero no recibieron el mismo espíritu. El rey se convirtió en un adúltero que temía a los espíritus de los muertos, mientras que Manaén se humilló y se convirtió en un ejemplo para los creyentes en la plenitud del Espíritu Santo.
Leemos el nombre de Saulo al final de la lista de los ministros y miembros principales de la iglesia de Antioquía, pues era el más joven y se había unido a ellos al último. Se convirtió en un estudiante, una vez más, en Antioquía a pesar de su conocimiento jurisprudencial especializado, y experimentó de manera práctica el amor común entre los cristianos. Aquellos hermanos en la fe servían juntos al Señor, como los sacerdotes habían adorado a Dios para hacer descender su bendición sobre su nación mediante las ofrendas sacrificadas. Por eso, los cinco miembros principales de Antioquía pidieron al Señor Cristo que materializara los frutos de su sacrificio en la cruz en su iglesia y en las personas de su entorno. Los santos no ayunaban para justificarse, pues habían sido santificados una vez y para siempre por la sangre de Cristo. Su ayuno era para los servicios de oración. Se olvidaban de la comida y la bebida, pues su oración común por la salvación de los gentiles era para ellos más importante que todos los manjares. Insistían fervientes en sus oraciones para que Cristo proclamara su salvación de forma práctica en su entorno.
El Señor les respondió, y les habló públicamente a través de su Espíritu por boca de los profetas de la iglesia. En la recepción de esta revelación ninguno de ellos fue tumbado ni rodó por el suelo, sino que todos escucharon con atención la voluntad y el designio de Dios. El Espíritu Santo habló en esta revelación en el primer pronombre personal singular, "Yo", como una persona separada, a los creyentes, ordenando, guiando, amando y consolando inmediatamente. Se desplaza rápidamente a donde quiere según su buena voluntad. Este bendito Espíritu es, al mismo tiempo, una de las Personas en la unidad de la Santísima Trinidad: Dios de Dios, Luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, en una sola esencia con el Padre, lleno de amor, santidad y gloria. Este Espíritu puro es Dios mismo, como dijo Cristo: "Dios es Espíritu". Y los que lo adoran en espíritu y en verdad, alabándolo y amándolo sin cesar, conocen este misterio.
El Espíritu Santo de Dios ordenó a los responsables de la iglesia que apartaran para él a Bernabé y a Saulo para realizar una obra desconocida hasta entonces. El Espíritu Santo llamó personalmente a ambos, los fortaleció con su poder, los envió, trabajó en ellos y los guardó.
Este llamado y envío significó para los elegidos una selección y un compromiso completos. El Espíritu Santo no dijo de antemano la particularidad de la obra que quería realizar a través de Bernabé y Saulo, sino que señaló a los responsables de la iglesia que la Santísima Trinidad; significaba una obra nueva que ninguno de ellos podía imaginar. Confesamos con sumisión, oh Dios santo que tu camino es santo, y tus santos caminan de gloria en gloria, de tribulación en tribulación, y de frutos en frutos, pues tú eres el principio y el fin en sus vidas. Sus obras son sólo tuyas, y ninguno de tus siervos tiene distinción ni vanagloria.
El Espíritu Santo no eligió de repente a dos hombres que se conocían, y luego los conectó a ambos para un servicio común. No, sino que los había presentado el uno al otro durante algún tiempo atrás, y fortaleció su confianza mutua a través de las experiencias participadas. El Espíritu Santo no envió a Bernabé por separado, ni a Saulo solo, sino que los unió, como Cristo ya había enviado a sus dos discípulos juntos para que cada uno consolara al otro, y orara cuando el otro hablara. No se trataba de un gobierno individual o de prevalecer sobre los demás, sino de una responsabilidad compartida y mutua, en la que cada uno de ellos consideraba al otro como mejor que él mismo.
Hace algunos años Saulo escuchó de Ananías que el Señor de la gloria lo enviaría a los reyes y gobernantes para dar a conocer el nombre de Jesús, y que encontraría grandes sufrimientos y torturas, así como la victoria y frutos espirituales excepcionales. Saulo era consciente de que no era capaz de prestar este servicio único. Así que esperó durante algunos años en silencio en Tarso, hasta que Bernabé lo llamó a la iglesia de Antioquía como maestro e instructor. De allí lo sacó el Espíritu Santo, y lo sacó como la espada divina, cuando Saulo hubo experimentado que el fin de la predicación del mundo no es convertir individuos, sino fundar iglesias vivas en las que se reúnan los santos.
Cuando los miembros de la iglesia de Antioquía se enteraron de que el Espíritu de Cristo llamaba repentinamente a sus dos líderes, el mayor y el menor, para el servicio, no mostraron su profunda tristeza por perderlos, sino que se reunieron, oraron y ayunaron todos, pues todos sintieron que el Señor había comenzado ahora una obra grande, extraña y única.
Entonces aquellos dos elegidos y comisionados se inclinaron bajo la imposición de manos de los demás miembros de la iglesia, como si les faltara sabiduría, poder y entendimiento para que la plenitud del Espíritu Santo, con todos sus dones, habitara en ellos. El Señor confirmó esta humildad, y guió el apostolado de los que había llamado al servicio de la predicación durante toda su vida. Desde entonces ha habido misioneros que han dejado sus tierras y parientes para difundir el reino de Dios según la guía del Espíritu de Cristo. A pesar de sus miserables vidas, son apoyados con su poder espiritual.
ORACIÓN: Oh viviente Señor, no merecemos tu misericordia. Pero ya que has derramado tu sangre en la cruz para purificarnos, consagramos a nuestros hijos y a nosotros mismos a tu servicio eterno, para que te sirvamos no con nuestras mentes y nuestras propias fuerzas, sino a través de nuestra llenura del Espíritu de tu amor, y nuestra mezquina labor en el cumplimiento de tus mandatos para la salvación del mundo. Guárdanos de los pasos improvisados, y abre nuestros ojos para que podamos ver al pueblo que tiene hambre de tu salvación.
PREGUNTA:
- ¿Quién es el Espíritu Santo? ¿Qué ordenó en las oraciones en Antioquía?