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11. Pedro y Juan encarcelados y llevados a juicio por primera vez (Hechos 4:1-22)
HECHOS 4:8-11
8 Pedro, lleno del Espíritu Santo, les respondió: —Gobernantes del pueblo y ancianos: 9 Hoy se nos procesa por haber favorecido a un inválido, ¡y se nos pregunta cómo fue sanado! 10 Sepan, pues, todos ustedes y todo el pueblo de Israel que este hombre está aquí delante de ustedes, sano gracias al nombre de Jesucristo de Nazaret, crucificado por ustedes, pero resucitado por Dios. 11 Jesucristo es »“la piedra que desecharon ustedes los constructores, y que ha llegado a ser la piedra angular”.
Unas semanas antes de este acontecimiento, Pedro negó a Jesús tres veces por miedo a su vida, y se maldijo a sí mismo si hubiera escuchado este nombre. Sin embargo, ahora está lleno del Espíritu Santo, y en él se cumple la promesa que dice: "Cuando los hagan comparecer ante las sinagogas, los gobernantes y las autoridades, no se preocupen de cómo van a defenderse o de qué van a decir, porque en ese momento el Espíritu Santo les enseñará lo que deben responder”. “Porque no serán ustedes los que hablen, sino que el Espíritu de su Padre hablará por medio de ustedes.”
Los dos apóstoles se presentaron como testigos de Cristo ante los gobernantes de la nación judía. No hablaron con sarcasmo, sino con toda humildad a los que eran responsables ante Dios del liderazgo del pueblo, y los honraron como ancianos a quienes Dios había dado sabiduría, paciencia y virtudes.
A pesar de ello, el Espíritu Santo llevó a Pedro a decirles primero que era muy extraño que los encarcelaran e interrogaran por su buena acción de curar a un enfermo. Consideró que su arresto y su permanencia en la cárcel durante toda la noche eran una injusticia.
Sin embargo, los dos discípulos no se mostraron muy afectados por la injusticia cometida contra ellos. No hablaron mucho de la curación y del poder producido por sus propias palabras, pero Pedro se adelantó y llegó directamente al meollo de la queja, declarando públicamente el triunfo de Dios en Jesucristo. No habló con miedo, ni elocuencia, sino que se dirigió a los gobernantes y a todo el pueblo en un lenguaje coloquial, sabiendo la importancia de la ocasión. El Señor le había capacitado para llamar a los gobernantes de su nación a creer en Cristo. Pedro no dejó lugar a dudas sobre quién era Cristo. No era un hombre anciano, caducado, ni venía en un futuro lejano. Pedro declaró con toda claridad que Cristo era Jesús, el joven de Nazaret al que los gobernantes de la nación entregaron para ser crucificado. Pedro no los halagó, sino que los llamó asesinos, e incluso enemigos de Dios, porque crucificaron personalmente al Cristo del Señor. ¡Qué hermoso cuadro! Los dos pescadores no son los acusados, sino que se quejan, en público, contra los asesinos del Hijo de Dios. Les dejaron claro que los honorables y juiciosos gobernantes habían faltado atrozmente al propósito de la historia del Antiguo Testamento, y habían roto el pacto entre Dios y su pueblo al llevar a la muerte al Cristo prometido hace miles de años. Pedro fue el fiscal en nombre de Dios, y acusó a los gobernantes de transgresión contra Dios. Pedro demostró que los judíos no sólo pecaron contra Jesús, sino también contra Dios directamente, pues el Santo no era para ellos, sino para Jesús, a quien resucitó de entre los muertos. Así, los dos pescadores condenaron a los sumos sacerdotes y santificaron a Cristo. Ellos denigraron la falsa piedad, el capricho en los cargos y la altanería en el derroche, y dejaron claro que a Dios no le importan los cargos del Antiguo Testamento, sino que los desestima y autoriza a los creyentes simples del pueblo que siguieron a su Siervo Jesús.
Es un gran misterio que se esconde en el nombre de Jesús. El infierno teme este nombre más que el veneno más dañino, mientras que los cielos se llenan constantemente de alabanzas a este nombre. El Espíritu Santo glorifica al Salvador del mundo, y Dios mismo lo sentó a su diestra. Cristo reina con él en el poder del Espíritu Santo, un solo Dios para siempre. Hoy hace más milagros que cuando estaba en la tierra, pues actúa a través de miles de sus siervos. Millones de los que creen en él son renovados por el Espíritu Santo. El Cristo vivo es activo, fiel y triunfante. El que cree en él participa con su poder.
En la parábola de la piedra angular, Pedro aclaró a los gobernantes que Jesús era el fundamento, el poder y la corona de un enorme y majestuoso edificio que es el templo espiritual de Dios, que se está levantando hoy en todos los países del mundo, pues quien cree en Cristo construye en su templo. Cristo es la cabeza del cuerpo espiritual que dirige y mueve a todos sus miembros activos. El cuerpo espiritual de Cristo es el misterio de nuestra época, y el resultado de su triunfo en la cruz. ¿Estás edificado y establecido en Cristo, o lo rechazas como los gobernantes de los judíos que no reconocieron el gran y fuerte amor de Dios en Cristo?
ORACIÓN: Oh Señor Jesucristo, tú eres el Salvador que actúa hoy entre los pueblos, libera a miles de creyentes y construye tu iglesia a través de nuestros corazones. Ayúdanos a serte fieles y a no rechazar la atracción de tu Espíritu para que tu templo espiritual se complete y tú seas la cabeza.
PREGUNTA:
- ¿Qué señala el discurso de Pedro ante los sumos sacerdotes?