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Previous Lesson -- Next Lesson MATEO - ¡Arrepiéntanse, Porque El Reino De Cristo Está Cerca!
Estudios sobre el Evangelio de Cristo según Mateo
PARTE 1 - EL PERIODO PRELIMINAR EN EL MINISTERIO DE CRISTO (MATEO 1:1 - 4:25)
A – NACIMIENTO E INFANCIA DE JESÚS (MATEO 1:1-2:23)
2. El nacimiento y el nombre de Jesús (Mateo 1:18-25)MATEO 1:22-23 El ángel confirmó a José que lo que se concebía en María procedía del Espíritu Santo. Además, le orientó hacia la profecía del Antiguo Testamento que el Señor había pronunciado 700 años atrás a través del profeta Isaías (Isaías 7:14, 9:6). Dios quería que José entendiera que este milagro no ocurrió por casualidad, sino que estaba planeado desde hacía mucho tiempo, siendo la esencia de su salvación y el punto culminante en la historia del pueblo judío. El "prometido" era un Hijo nacido de una virgen. Su nombre, Emanuel (en hebreo), significa "Dios con nosotros". Por medio de Él, Dios vino a habitar entre su pueblo. Desde que el pecado entró en el mundo, el Creador se separó de sus criaturas porque es excelso y santo. Ante su gloria y santidad, debe condenar el pecado; ya que Dios, por naturaleza, es enemigo del pecado y ningún pecador puede morar en su presencia. Castigará a todo aquel que no esté dispuesto a arrepentirse y apartarse de sus malas acciones. El nombre "Emmanuel" se eleva por encima de nuestro entendimiento. Dios encarnado entre nosotros, reconciliando al mundo consigo mismo, trayendo paz y llevándonos hacia un pacto y comunión consigo mismo. Antes de la venida de Cristo, el pueblo judío tuvo a Dios con ellos en figuras y sombras, pero nunca tanto como cuando "el Verbo se hizo hombre". Dios habitó entre su pueblo en su Emanuel prometido, Jesús, en lugar de su morada simbólica entre los querubines. ¡Qué acción tan bendita la de Dios para establecer la paz y la correspondencia entre Dios y los hombres! Dos naturalezas se reúnen en la persona de este Mediador, quien es apto para convertirse en árbitro "que decida el caso entre nosotros dos" (Job 9:33), ya que participa de las naturalezas divina y humana. En esto podemos ver el misterio más profundo y la misericordia más rica. A la luz de la creación, vemos a Dios como un poderoso Dios que está muy por encima de nosotros; a la luz de la ley, lo vemos como un Dios que nos juzga y nos infunde temor; pero a la luz del Evangelio, lo vemos como un "Emanuel" amoroso, Dios con nosotros, que camina entre nosotros en nuestra naturaleza, muy cercano y muy personal. En esto el Redentor "demuestra su amor por nosotros". El que no se arrepiente es un engañador. Se engaña a sí mismo y engaña a los demás, especialmente cuando sus amigos le saludan: "Dios esté contigo". Más bien deberían decir: "Dios está contra ti", porque la ira de Dios se manifiesta contra toda impiedad e injusticia. Del nacimiento de Cristo aprendemos que la santidad de Dios se unió a su amor y misericordia. El niño del pesebre nació puro y sin mancha para reconciliarnos con el Dios santo, quitando las desigualdades de las personas y cargando con la ira del juicio que merecemos, derrotando para siempre la barrera que nos separaba de Dios. El Cristo justo y misericordioso es el vínculo de unión entre Dios y nosotros. Ninguna religión ni ningún pueblo tienen derecho a decir: "Dios está con nosotros", excepto los que aceptan a Cristo. En la persona de Cristo, Dios vino y obró. Quien se adhiera a Él recibirá el Espíritu Santo, quien guía a todos los creyentes hacia la pureza, la verdad y el servicio. Ningún hombre puede decir, "Dios está con nosotros" excepto aquel que camine rectamente en su espíritu, y experimente la presencia del ser de Dios. El que busca a Dios se asombra ante el sencillo mensaje contenido en la persona de Jesús: "Dios con nosotros". Cumplir con rezos, leyes, días santos y cánticos rituales no te acerca a Dios, a menos que permanezcas en el Mediador que Dios ha enviado. No merecemos que venga a nosotros, pero que una virgen dé a luz un hijo y lo llame Emanuel era el plan de Dios desde hace mucho tiempo. ORACIÓN: Te adoro, Dios santo, porque eres amor. Por favor, no me desprecies ni me destruyas, sino ten piedad de mí. Tú viniste humildemente a mí en un establo, tomaste mi pecado y me limpiaste de toda maldad. Gracias porque prometiste no dejarme ni abandonarme jamás. PREGUNTA:
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