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HECHOS - En La Procesión Triunfal De Cristo
Estudios sobre los Hechos de los Apóstoles
PARTE 1 - La Fundación De La Iglesia De Jesucristo En Jerusalén, Judea, Samaria Y Siria - Bajo el patronato de Pedro, guiado por el Espíritu Santo (Hechos 1 - 12)
A - El Crecimiento Y Desarrollo De La Iglesia Primitiva En Jerusalén (Hechos 1 - 7)

1. La introducción del libro y la última promesa de Cristo (Hechos 1:1-8)


HECHOS 1:3-5
3 Después de padecer la muerte, se les presentó dándoles muchas pruebas convincentes de que estaba vivo. Durante cuarenta días se les apareció y les habló acerca del reino de Dios. 4 Una vez, mientras comía con ellos, les ordenó: —No se alejen de Jerusalén, sino esperen la promesa del Padre, de la cual les he hablado: 5 Juan bautizó con agua, pero dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo.

El brillo del reino de Dios comenzó con la resurrección de Cristo de entre los muertos. Imagina a alguien muerto saliendo de la tumba, y mostrándose durante cuarenta días entre sus amigos, sentándose tranquilamente con ellos, comiendo ante ellos, entrando silenciosamente a través de las paredes, y saliendo silenciosamente, sin que se oyera un portazo. Aquellos sucesos de Cristo vivo y resucitado sorprendieron a los discípulos, pues ya habían experimentado cómo Jesús fue condenado con injusticia y vergüenza, y murió de forma horrenda en la cruz, despreciado y escarnecido por los gobernantes y el público, y luego ciertamente sepultado el viernes, como si su muerte y sepultura fueran el fin de sus esperanzas.

El primer día comenzó como la antorcha de una nueva era, con la entrada de la eternidad en el tiempo. Con su presencia, Cristo demostró que su reino no es de este mundo, sino que es un estado espiritual, imperecedero y lleno de alegría, justicia, amor, verdad, humildad y abstinencia. Las epístolas están llenas de descripciones de esta verdad celestial en medio del odio, la impureza, el orgullo, la mentira, las guerras y la injusticia. Cristo explicó a sus discípulos, durante cuarenta días, a partir de la Ley, los Salmos y los Profetas, el misterio del maravilloso movimiento al que se refiere la verdadera profecía producida por todos los profetas justos que anhelaban el reino de Dios y esperaban su resplandor. Ahora el estado celestial ha llegado, y el Rey eterno ha aparecido de pie y tangible entre sus seguidores.

Este reino de Dios comenzó en Jerusalén, que mató a los profetas y abatió al Hijo de Dios. Sin embargo, el Señor sacó su paz de esta ciudad de la paz, y ordenó a los pescadores galileos que no volvieran a su profesión de pescadores en el lago Tiberíades, sino que permanecieran orando en la ciudad ofensiva, esperando por su fe la realización de la promesa de Dios en ellos.

Cristo declaró a sus discípulos, desde el principio, el significado de esta promesa divina de que reconocerían a Dios tal como es, sin temer ningún desprecio, ni aflicción del poderoso destructor, y del desconocido Juez, sino que se revelaría ante ellos como un padre que los hace sus hijos seguros. Este es el mensaje especial de Cristo: que el Dios santo es un Padre misericordioso. A partir de esta revelación nuestras culturas cambian y entendemos que el reino que viene es un reino paternal, y que sus hijos son príncipes servidores, y jueces que oran, siguiendo el ejemplo de Jesús que murió por todos, y los redimió de la justa ira de Dios.

Por eso Lucas registró para nosotros una de las últimas palabras de la boca de Jesús: "Esperen la promesa del Padre, de la cual les he hablado". Esta afirmación significa el resumen de todas las enseñanzas del Hijo de Dios: que el gran Santo nos adopta, nos llena de su esencia y nos hace sus hijos. Ese fue exactamente el propósito de la muerte de Jesús en la cruz. Él perdonó nuestros pecados y nos santificó para que pudiéramos encontrar la entrada a Dios, amar al Padre y que su nombre fuera santificado a través de nuestra conducta.

Antes, Juan el Bautista era consciente del cambio que se avecinaba y que conmovería los cielos y la tierra. Pero el precursor de Cristo en el desierto también era consciente de que el reino de Dios no podía llegar inmediatamente a la gente mala y a los hombres naturales, a menos que se labraran sus corazones pétreos y sus mentes negadoras. Así que bautizó a los arrepentidos en el Jordán como muestra de que merecían la muerte. Su salida del agua simbolizaba su aparición como una nueva creación. Sin embargo, Juan enseñaba y confesaba abiertamente que su bautismo no cambiaba verdaderamente al hombre, y que la inmersión en el agua indicaba que nadie podía reformarse, ayudar a los demás o purificarse ascéticamente, pues todos somos maliciosos, naturales y perversos.

El profeta en aquel desierto indicaba al Cordero de Dios que bautizaba a los arrepentidos con el Espíritu Santo, pues nació del Espíritu de Dios, y continuó sin pecado, entregándose a Dios en este Espíritu sin mancha, y reconcilió a todos los fieles con su Padre para que tuviéramos una porción en este amable y bendito Espíritu. ¿Reconociste la promesa del Padre? Este Espíritu está decidido a habitar en ti. Entonces Cristo mismo estará en el centro de tu corazón, y tu cuerpo se convertirá en un templo del Dios vivo. ¿Estás preparado para recibir a Dios hoy?

Humíllate y prepárate para la promesa de Dios, como Cristo fue siempre humilde. No dijo: "Yo los bautizo con el Espíritu Santo", como contaba Juan el Bautista, sino que dejó esta gloria a su Padre, y enseñó que el mismo Espíritu Santo estaba decidido a venir a nosotros. Como ofrecen el Padre y el Hijo, nos ofrece el Espíritu Santo en una unidad completa, pues este Espíritu del Padre y del Hijo es sólo el amor divino. ¿Te has dado cuenta de la voluntad de Dios? ¿Y te preparas en oración para recibirlo, como Cristo mandó a sus apóstoles que esperaran y oraran?

ORACIÓN: Oh Señor Jesucristo, tú eres el Santo. Tú bautizas a los arrepentidos en tu unidad con el Padre con tu Espíritu Santo para que no tengamos más miedo del gran Dios y de su juicio, sino que lo amemos como nuestro verdadero Padre, le obedezcamos con alegría, pronunciemos su nombre y seamos regenerados en nuestra esencia. Gracias porque nos has permitido pronunciar esta declaración única: "Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre paterno". Amén.

PREGUNTA:

  1. ¿Cuál es la promesa del Padre?

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