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Home -- Spanish -- The Ten Commandments -- 02 Introduction To the Ten Commandments: God Reveals Himself
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LOS DIEZ MANDAMIENTOS - EL MURO PROTECTOR DE DIOS QUE IMPIDE AL HOMBRE CAER

02 - INTRODUCCIÓN A LOS DIEZ MANDAMIENTOS: DIOS SE REVELA



ÉXODO 20:2
"Yo soy el SEÑOR tu Dios. Yo te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo."

Los Diez Mandamientos no imponen a las personas un sistema legalista de reglas o dogmas complicados, revelados por un ángel. Más bien, a través de ellos, Dios mismo habla a las personas. El Creador se acerca a sus criaturas y el Santo se acerca a su pueblo pecador.


02.1 - La Persona de Dios

La primera palabra de los Diez Mandamientos es "Yo". El Dios vivo nos habla como una persona, no como un espíritu vago o una especie de trueno aterrador que se oye en la distancia. Su lenguaje es fácilmente comprensible. Quiere establecer una relación personal y de confianza con nosotros. Se comunica por su gracia, no por la ley o la ira. ¡Qué privilegio nos es que Él se dirija a nosotros con bondad y amor!

El hombre puede intentar obstinadamente apartarse del Dios Todopoderoso y huir de su benevolencia. Sin embargo, el Dios santo nos ve dondequiera que estemos. Siempre estamos en su presencia. Por eso toda persona sabia debe responder a sus palabras. El hecho de que Él diga " Yo" significa que estamos elevados al nivel de "tú" y que somos capaces de hablar con Él como seres con una identidad.

De todo esto nos queda claro, más allá de cualquier sombra de duda, que el mismo Dios eterno, el Sustentador de todo, el Juez de los siglos, nos habla en persona. Por lo tanto, escuchémosle atentamente y guardemos su palabra con agrado y alegría.


02.2 - La Existencia de Dios

Dios nos revela su esencia cuando dice "Yo soy". ¿Cómo puede entonces la gente afirmar que no hay Dios? Todas las afirmaciones ateas se desmoronan en última instancia ante este testimonio de Dios, ya que el "Yo soy" es la razón de nuestra existencia. ¡Dios está ahí! Todo lo demás pasa, sólo Él es eterno. Una y otra vez el hombre se rebela contra su Creador como si se resistiera a una imponente montaña. Pero la verdad no se basa en lo que el hombre dice sobre Dios o en lo que los científicos escriben sobre Él. Él es la Verdad y colma el universo. Algunas personas negaron esto hace 3.000 años, en la época de David, y afirmaron que no había Dios (Salmo 14). Entonces, el salmista los llamó necios corrompidos porque ignoraban la realidad y pasaban por alto a Aquel que tiene y sustenta todo el universo. Sin embargo, los incrédulos vivían en su pecaminosidad sin conciencia.

El testimonio de Dios sobre su persona refuta la base sobre la cual se asienta la concepción religiosa sobre Buda. El nirvana, con su enseñanza sobre la negación del yo y la muerte de los deseos hasta permitir que el alma sea absorbida por la gran nada, no es real. Dios quiere que la gente viva. Él está vivo y da testimonio diciendo "Yo soy". El hecho de que Él esté ahí da sentido y propósito a nuestras vidas. Él quiere que vivamos como Él vive. Su objetivo no es que nos extingamos.

El testimonio de Dios también acaba con todos los dogmas materialistas. Es una persona muy miope la que niega la existencia del mundo espiritual. De hecho, es como una piedra que permanece en el suelo, mientras que un pájaro se eleva en el cielo. Dios está vivo y te habla. Incluso le habla al materialista, al ateo y al comunista, para que todos vuelvan su oído a Él y se vuelvan sabios. Si alguien se niega a escuchar y endurece su corazón, entonces será como un ciego que afirma que no hay sol porque no puede verlo.


02.3 - ¿Quién es Yahweh?

Dios dijo a Moisés: "YO SOY el SEÑOR". "YO SOY EL QUE SOY" es una traducción muy literal del texto hebreo de Éxodo 3:14. Expresa la existencia real, eterna, incondicional e independiente de Dios. Dios existe de una manera que nadie ni nada más lo hace. Él no cambia y esto es la base de nuestra fe y la piedra angular de nuestra salvación. Con todas nuestras limitaciones y pecados, el Dios inmutable sigue siendo fiel a nosotros. Podemos volver a Él por su fidelidad. Incluso cuando nos enfrentamos al fin de este mundo, Dios nos consuela: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras jamás pasarán." (Mateo 24:35)

Dios, en su soberanía, lo abarca todo: Lo sabe todo, lo ve todo, es omnisciente y omnisapiente. Si todas las puertas están cerradas, Él nos proporciona la salida. Él comprende nuestros sentimientos y pensamientos. No quiere que caigamos a sus pies aterrorizados. En cambio, crea en nosotros una profunda esperanza y confianza. Nos habla para que levantemos nuestros ojos hacia Él con confianza. Él quiere ser el Señor de nuestra vida. ¡Ojalá nadie esconda su rostro ante nuestro paciente Dios porque Él espera nuestra respuesta! Cuando alguien vuelve a su Creador está respondiendo a su misericordiosa bondad. Cuando Dios dice: "Yo soy el SEÑOR", también afirma que Él es el único Señor, y que no hay otro. Todos los demás espíritus y dioses son vanos.

En estos tiempos, en los que los espíritus y las enseñanzas misteriosas se convierten en religiones modernas, los endemoniados se liberan poniendo su confianza en el único Dios verdadero. Hoy en día el agnosticismo está en declive, y la gente se va al otro extremo y se deja atrapar por las prácticas ocultistas y está atada por los espíritus malignos. Su propaganda está por todas partes en la radio, la televisión y los periódicos.

En los Evangelios, Jesús dice "Yo soy", que es una expresión integral de los Diez Mandamientos. Al decir esto, Jesús afirma que Él es el Señor por el que los ángeles dieron el anuncio a los pastores de Belén. Jesús da un paso más y dice: "Yo soy el pan de vida", "Yo soy la luz del mundo", "Yo soy la puerta", "Yo soy el camino, la verdad y la vida". Jesús también dijo: "Yo soy el Rey" y "Yo soy el principio y el fin". Desde entonces, sus seguidores confiesan sin dudar: "Jesús es el SEÑOR". Él nunca cambia y nos salva de todo pecado. Él afirmó su posición y autoridad cuando resucitó de entre los muertos. Desde entonces, el comienzo de los Diez Mandamientos tiene un sonido reconfortante para nosotros: "Yo soy el SEÑOR".

Moisés no tenía una idea clara sobre la encarnación de su Señor venidero. Pero 1.350 años antes del nacimiento de Jesús, recibió las palabras básicas de la revelación con las que Dios se había identificado: "Yo soy el SEÑOR tu Dios".


02.4 - ¿Quién es Dios?

En hebreo, Dios se llama a sí mismo "Elohim", que se traduce en árabe como "Alá". "Elohim" puede leerse como "Eloh-im", mientras que Alá es "Al-el-hu". "Al" es un artículo definido que significa "el". "El" es el nombre original de Dios en las culturas semíticas y significa "poder". Jesús proclamó el significado esencial del nombre "El" y lo afirmó cuando testificó ante el Consejo: "De ahora en adelante verán ustedes al Hijo del hombre sentado a la derecha del “Poder”…" (Mateo 26:64). Las palabras "-im" y "-hu" son sufijos. El "-im" hebreo significa la posibilidad de plural, mientras que "-hu" en el árabe es excluyente para el singular. Así, la unidad de la Santísima Trinidad se elimina de "Alá" básicamente, mientras que "Elohim" permite la posibilidad de un Dios trino.

El Señor eterno no sólo es el Omnisciente, el Omnisapiente, el Omnipresente, sino que además es el Todopoderoso. Él es el único poder en todo el mundo que crea, con su poderosa palabra, todo el universo de la nada. Él es paciente con todos. Nuestro Señor no es un dios destructivo y tiránico que guía a quien quiere y extravía a quien desea (Suras al-Fatir 35:8 y al-Muddathir 74:31). Por el contrario, nuestro Dios quiere que "todos sean salvos y lleguen a conocer la verdad." (1 Timoteo 2:4).

En el Antiguo Testamento, hay personas cuyos nombres y países están relacionados con el nombre "El". Sus hijos se llamaron Samuel, Elías, Eliezer y Daniel. Llamaron a sus ciudades Betel, Jezreel e Israel. Con ello se vinculaban al "poder" que controla todo el universo. En el Nuevo Testamento las personas también estaban unidas de forma única a Dios, ya que Él prometió a sus seguidores: "cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder" (Hechos 1:8). Dios no rechaza a los pecadores, sino que los limpia, santifica y habita en ellos.

Es nuestro Señor Jesucristo, el Todopoderoso, a quien se le ha dado toda la autoridad en el cielo y en la tierra. Las bombas atómicas no son nada comparadas con su poder eterno; su autoridad no tiene fin.


02.5 - ¿Quién es Dios en el Islam?

La sumisión al Todopoderoso lleva a los musulmanes a la llamada "Allahu akbar", ¡Alá es más grande! Así, el musulmán considera a Alá más "bello", más "prudente" que todos. De este modo, Alá en el islam se hace grande, fuerte e inalcanzable por encima de sus esclavos. Ningún cerebro humano puede comprenderlo. Él nos entiende. Alá en el islam está lejos y es desconocido. Todo pensamiento sobre Él es insuficiente e incorrecto. Los hombres, argumentan, nunca pueden concebir al Todopoderoso. Los musulmanes sólo pueden temerle y adorarle al postrarse.

Los sufíes han intentado establecer vínculos artificiales para acercarse al grandioso pero inalcanzable Alá, sin embargo, el propio Corán no permite ningún intento de relación con la lógica abstracta de los beduinos.

En el islam, Alá permanece invisible y no ha establecido una alianza con los musulmanes. No se considera a Mahoma un mediador entre Alá y los musulmanes para relacionarlos con Alá en un pacto islámico. Él ordena a todos que se sometan a su Señor sin reservas.

Los musulmanes no comprenden a Dios en su esencia. Como resultado, no pueden tener un conocimiento de su pecado por sí mismos, ni experimentan su gracia. La adoración en el islam no es una gratitud al Salvador por rescatarlos del pecado como tampoco una alabanza por la liberación del juicio. Más bien, es una adoración al lejano y poderoso Alá, como los esclavos que caen a los pies de su amo con miedo y duda. Se sienten motivados a seguir a Mahoma porque el islam engrandece a Alá, que los aterroriza y nunca los santifica. No agradecen a un Salvador que les salve gratuitamente porque el islam no tiene ningún salvador. ¡No es de extrañar que un musulmán permanezca atado a su culto formal y ritualista!

Sin embargo, el verdadero Dios que se reveló en la Biblia no permaneció lejos de su creación. Se acercó a nosotros y estableció un pacto con nosotros, hijos de Adán, como dice: "Yo soy el SEÑOR tu Dios".


02.6 - El Pacto con Dios

El pronombre "tu" en "tu Dios" es posesivo. Esto significa que Dios nos permite poseerlo. Podemos confiar en Él como un niño confía en su padre. El Dios Todopoderoso se inclina hacia nosotros a pesar de nuestra rebeldía, como si dijera: "Soy de ustedes. ¿No quieren arrepentirse y volver a mí, y entregarse por entero a mí?".

Esta es la fascinante noticia: los Diez Mandamientos comienzan con un pacto establecido entre Dios y el pueblo. Es un pacto que Dios mismo ofreció a su pueblo. En él, Dios afirma su presencia y su amor por nosotros. Espera que respondamos a su existencia omnipresente con fe, esperanza y amor.

En su pacto con los pecadores, Dios les asegura su perdón, su salvación, su protección y su bendición. "Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra?". (Romanos 8:31) Nos anima afirmando que siempre está con nosotros y que actúa a través de nuestra debilidad. El pecado del hombre no detiene la fidelidad de Dios. Sin duda, el Santo juzgará cada pecado, por pequeño que sea. Su perfecta justicia requiere la condena de cada pecado y, sin embargo, su amor eterno en Cristo limpia los pecados de todos los que entran en el pacto con Él. Al morir por nosotros, Cristo proporcionó la garantía de que el pacto divino había entrado en vigor. Desde entonces, la cruz ha sido el símbolo de la continuidad de su gracia.


02.7 - Dios nuestro Padre

La separación del hombre con Dios terminó cuando nació Cristo. Dios se manifestó en la carne para que sus seguidores dejaran de ser esclavos, ya que Jesús los liberó de la esclavitud del pecado, de las cadenas del diablo, de la muerte e incluso del juicio de Dios. La sangre de Jesús fue derramada como expiación para nuestra salvación. Quien crea en Cristo será limpiado y adoptado como hijo o hija de Dios. Por medio de Cristo, el Dios Todopoderoso se ha convertido en nuestro Padre, legal y espiritualmente. Él nos asegura que, aunque cometamos un pecado grave, "Yo soy el SEÑOR, tu Padre".

Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, concede el poder del Espíritu Santo a todos los que aman y siguen a Jesús crucificado y resucitado. Los creyentes nacidos de nuevo en Jesús llevan la vida y la naturaleza de su Padre celestial. Ya no están bajo la esclavitud de la desesperanza y en las garras de la muerte espiritual. En Cristo, el Dios santo se ha unido a nosotros. Nos ha hecho su templo, una morada para Él. Él es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos. Nosotros le pertenecemos y Él nos pertenece. Este nuevo pacto se ha cumplido en virtud de la muerte sustitutiva de Cristo por nosotros. Desde ese momento, todo creyente en Cristo experimenta una relación personal con Dios. Cuando ora, no lo hace al vacío. Al contrario, la oración es como una llamada telefónica con Dios, llena de acción de gracias, confesión, peticiones y súplicas. Nuestro Padre celestial nos escucha fielmente. En su Paternidad, encontramos nuestro refugio. Nos rodea y nos protege con el manto de su justicia. A diferencia de los musulmanes, los verdaderos cristianos no se alejan de su Dios. No adoran a un panteón de dioses, como los hindúes, ni esperan la maravillosa nada, como los budistas.

El Dios Todopoderoso se ha unido a los seguidores de Cristo en virtud de su amor para que vivan en su presencia y sean transformados a su imagen. Nuestro Padre celestial no quiso dejarnos en nuestra condición sin esperanza, sino que decidió salvarnos y transformarnos. Nos desafió: "Sean, pues, santos, porque yo soy santo." (Levítico 11:45). La comunión con Dios no sólo significa una fe mental, sino que también se traduce en un cambio moral radical. Si vivimos con Dios, nuestra esencia cambiará, ya que el Dios eterno ha decidido elevar a sus hijos a su nivel. Nuestro Padre quiere que seamos como Él, Jesús dijo: "sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto." (Mateo 5:48). Los Diez Mandamientos son una instancia en el proceso de ser transformados de personas descarriadas en hijos de Dios. De hecho, son las vallas que nos impiden caer mediante su gracia.

Tal vez hayas sentido que es imposible cumplir el mandamiento de Cristo. ¿Cómo podemos ser perfectos como Dios es perfecto? ¿No significa esta afirmación una repetición de la tentación de Eva en el paraíso cuando escuchó a Satanás decir: "serás como Dios"? El hombre no puede salvarse a sí mismo, ni puede llegar a ser justo por sus propios esfuerzos. Toda autojustificación se basa en normas que provocan rebeldía y conducen al juicio. Pero nuestra verdadera santificación es obra de nuestro Padre celestial en nosotros. Él nos conduce por la senda de su justicia. Él nos llama cada día a negarnos a nosotros mismos y concede a nuestras almas el poder eterno para vencer la maldad que hay en nosotros. Él nos impulsa a leer su Palabra y a actuar de acuerdo con ella. Nos da su amor que transforma a un hombre egoísta en un servidor y en un ministro. Los dones espirituales de nuestro Padre son tan evidentes que incluso Mahoma los reconoció y describió a los seguidores de Cristo como personas especiales que no son "orgullosas, que recibieron en sus corazones compasión y misericordia" (Suras al-Maeda 5:82 y al-Hadid 57:22).


02.8 - La Salvación Consumada

Dios quiere liberarnos de la esclavitud del pecado. Con su segunda declaración en la introducción de los Diez Mandamientos, nos dice que no podemos liberarnos de la esclavitud del pecado. Es Dios quien lo hará a través de nuestra obediencia en la fe. Dios liberó a su pueblo de la amarga esclavitud a través de Moisés y estableció un pacto divino con ellos. No los aceptó porque fueran justos, sino que los eligió por su gracia. Declaró: "Yo soy el SEÑOR tu Dios. Yo te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo."

Los hijos de Jacob emigraron de las rocosas y áridas montañas occidentales del valle del Jordán hace 3.600 años, cuando la sequía asoló su región. El hambre les impulsó al fértil valle del Nilo, a unos 300 kilómetros de su hogar. Allí llevaban una vida más fácil. Cada año el Nilo inundaba y nutría la tierra. Los hijos de Jacob se multiplicaron rápidamente y se convirtieron en una gran amenaza para el pueblo de Egipto. Los faraones esclavizaron a los trabajadores hebreos extranjeros y los maltrataron sin piedad. Algunos de ellos se acordaron del Dios de sus padres en su esclavitud y clamaron a Él por ayuda. Habían olvidado a su Dios en los buenos tiempos, pero la pobreza y la necesidad les hicieron volver a su Creador y Libertador. Por tanto, Dios escuchó sus gritos y envió a Moisés, su siervo, a quien preparó en el palacio del faraón y en el desierto, para que cumpliera su vocación. El Señor se le apareció a Moisés en una zarza que ardía, pero que no fue consumida por el fuego. Dios se reveló a Moisés como el "YO SOY"; lo que significa: "Yo soy el que soy. No cambio, pero sigo siendo fiel a ti". Por lo tanto, "Me buscarán y me encontrarán cuando me busquen de todo corazón." (Jeremías 29:13)

El Señor envió a Moisés ante el poderoso faraón, considerado un dios egipcio, para pedirle que liberara a los esclavos trabajadores hebreos. Pero el gobernante del Valle del Nilo no quiso liberar a los obreros baratos. Endureció su corazón cada vez más. El faraón no estaba dispuesto a liberar a los hijos de Abraham hasta que el Señor le obligó a hacerlo a través de las crecientes plagas y calamidades. Fueron liberados de la esclavitud en Egipto, no por su propia justicia, sino sólo por su obediencia de fe. No tenían armas afiladas. Huyeron por la noche al desierto al amparo de la sangre protectora del cordero de la Pascua que fue sacrificado por ellos. Se ofrecía un cordero por cada familia. Comieron la carne del cordero y huyeron con el poder de Dios. El cruce del Mar Rojo y la destrucción de sus enemigos perseguidores es la prueba final de su liberación. Hoy podemos ver la momia del faraón ahogado con algas del Mar Rojo en sus pulmones en el Museo Egipcio de El Cairo.

Los musulmanes atribuyen su victoria sobre sus enemigos a la intervención de Dios en la batalla. Sin embargo, Mahoma obtuvo la victoria sobre los mercaderes de La Meca en la batalla de Badr, no por la intervención milagrosa de Dios, sino por su armamento. Sus seguidores sacrificaron todo lo que tenían. No es de extrañar que vencieran a sus enemigos. Lo que Moisés identifica como liberación milagrosa y divina (sin derramar una gota de sangre) se conoce en el islam como guerra santa (yihad), a la que todos están obligados a unirse. La norma que justifica en el islam sigue siendo: "No los han matado ustedes, sino que los ha matado Alá. No fuiste tú quien lanzó [la flecha], sino que fue Alá quien lo hizo." (Sura al-Anfál 8:17)

Después de que el Señor liberó milagrosamente a los hijos de Israel de la esclavitud en Egipto, los guió hacia el caluroso desierto y les preparó un banquete. Quería concretar un pacto divino con ellos para que se santificaran en comunión con Él. Los llamó a ser una nación de sacerdotes que le sirvieran. Debían ser un ministerio de reconciliación ante su trono para todos los hombres. Los Diez Mandamientos fueron el corazón del libro del pacto y la regla de oro para la comunión con su Señor. Dios estaba entronizado por encima de las dos tablas de su ley que se guardaban dentro del arca de la alianza.


02.9 - La salvación en el Nuevo Testamento y el Objetivo de los Diez Mandamientos

Si meditamos en la maravillosa victoria que Dios concedió a los hijos de Jacob hace 3.300 años y la comparamos con la salvación que Jesús logró en el nuevo pacto, podemos resumir el principio de los Diez Mandamientos como sigue: "Yo soy el SEÑOR, tu Dios y Padre; te he redimido eternamente".

Desde que Jesús vino a nuestro mundo y llevó los pecados de todos los hombres en la cruz, muriendo como Cordero de Dios por nosotros, proclamamos la misericordia de Dios a todas las naciones y predicamos a Jesús como Señor y Salvador de la humanidad. Jesús rompió las cadenas del pecado y venció la autoridad de Satanás mediante sus sufrimientos y su muerte en la cruz. Él aplacó la ira de Dios y soportó el juicio en nuestro lugar. Nuestra salvación final se consumó sólo a través de Cristo. Por eso debemos agradecerle y recibir su redención con fe.

La salvación de Dios está disponible y dispuesta para todo hombre. Hemos sido salvados de una manera única que no empleó armadura alguna. Es cierto que se derramó sangre, pero no fue la sangre de un enemigo derrotado, sino la del unigénito Hijo de Dios que se sacrificó por nosotros.

No nos hemos salvado guardando los Diez Mandamientos; ese no es su propósito. Más bien, nos enseñan a nosotros, los salvados, cómo podemos dar gracias por la salvación que hemos recibido gratuitamente. Quien piense que puede salvarse del pecado, de Satanás, de la muerte y de la ira de Dios por su propio esfuerzo está totalmente equivocado. De hecho, se somete cada vez más a la esclavitud del pecado. Los Diez Mandamientos no pueden conducirnos a nuestra propia santificación. Más bien nos llevan al arrepentimiento y a la obediencia de la fe, gozando de la salvación obtenida. Podemos cumplir el propósito de la ley mosaica cuando glorificamos al Padre celestial y a Jesús en el poder del Espíritu Santo. Dios no quiere condenarnos ni maldecirnos ni hacer de los Diez Mandamientos una carga pesada que nos agobie. De ninguna manera. Nuestro Señor planeó nuestra salvación mucho antes de la revelación de la Ley. Él dio su Ley para guiar a los salvados al arrepentimiento y transformar su rebeldía en sumisión mediante la bondad del Espíritu Santo. Por lo tanto, el objetivo de la Ley es nuestra comunión con Dios nuestro Padre, no nuestra condenación en el juicio final.

Entenderíamos mejor los Diez Mandamientos si hubiéramos sido esclavos. Como esclavos, habríamos trabajado sin importar cómo nos sintiéramos, enfermos o sanos, jóvenes o viejos. Nos habrían obligado a trabajar en circunstancias insoportables. Como esclavos habríamos llevado un número de identificación y nadie se habría preocupado por nosotros.

Dios liberó a su pueblo de la miseria y el dolor. Por eso, consideramos los Diez Mandamientos como un manual que guía a los cristianos liberados para que aprendan a actuar con sobriedad y sabiduría en su libertad. Son muchas las tentaciones que acechan a la libertad. Si vivimos sin Dios, pronto nos convertimos en esclavos de nuestros deseos instintivos y del pecado. Sin embargo, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Sin Dios el hombre no puede vivir una vida justa. No hay libertad perfecta sin Dios.

Si el hombre vive en pecado, es esclavo de su pecado. Las drogas, los deseos sensuales, el robo, la pereza, la violación y la malicia se convierten en su prisión. Algunos están sumidos en ataduras sutiles e invisibles como el alcohol, el tabaco, la drogadicción y la mentira habitual, por no hablar de la adivinación y los espíritus malignos. Satanás juega con sus mentes. Pero Jesús libera a quien cree en Él y lo coloca en la santa libertad de los hijos de Dios. Cristo es el auténtico vencedor, el Señor salvador, el Médico sabio, el buen Pastor y el Amigo fiel. Nadie vendrá a Él sin recibir ayuda y consejo.

Los Diez Mandamientos son un muro de protección para los liberados por la gracia. Dios se ha convertido en su Padre, Cristo en su Salvador y el Espíritu Santo en su Consolador. Han comprendido que Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios. Han experimentado la verdadera liberación en Él con gratitud y paz. No es de extrañar que los Diez Mandamientos se hayan convertido en una prueba de la guía de Dios hacia ellos, que ha creado en ellos un canto de alabanza a través del desierto de sus vidas (Salmo 119:54).

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