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LOS DIEZ MANDAMIENTOS - EL MURO PROTECTOR DE DIOS QUE IMPIDE AL HOMBRE CAER

12 - EL DÉCIMO MANDAMIENTO: NO CODICIES LA CASA DE TU PRÓJIMO



ÉXODO 20:17
“No codicies la casa de tu prójimo: No codicies su esposa, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su burro, ni nada que le pertenezca.”


12.1 - Tentaciones Modernas

Cualquiera que vea la televisión puede caer en la tentación de los anuncios seductores. Puede apresurarse a comprar las cosas más lujosas, firmar contratos con compañías de seguros, comprar perfumes exquisitos, ropa y coches deportivos. La lista sigue y sigue, y nunca escuchas que estos comerciales presenten la simple declaración de Jesús: "¡Niégate a ti mismo! Conténtate con lo que tienes". Siempre tienen este mensaje: "Desea todo y compra lo que no tienes".

En un periódico aparecía la foto de un niño hasta las orejas de juguetes, osos de peluche, animales de peluche, coches y juegos. A ese niño se le había dado todo lo que deseaba. Nada de lo que deseaba no se le había concedido. ¡Qué niño tan pobre! La sociedad le prodigó todo hasta que se frustró y se ahogó en el mundo de su infancia.

En las sociedades desarrolladas, la gente está influenciada por valores opuestos al décimo mandamiento. Por ejemplo, un marido y una mujer pueden trabajar durante años y años para poder construir su ansiado hogar. Trabajan en exceso, y si una madre consigue un empleo, puede descuidar a sus hijos y desgastarse. Beben demasiado café y toman otros estimulantes con la esperanza de que eso los reanime a trabajar. El resultado neto es un vacío interior total, y una acumulación de deudas y luchas familiares. ¿Por qué? Porque la familia gasta más dinero en cosas que no necesita y vive por encima de la media de sus ingresos.


12.2 - ¿Se Permiten las Posesiones?

Jesús dice: "¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida?" (Mateo 16:26). También dijo: "Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa y por el evangelio la salvará." (Marcos 8:35). En tiempos de guerra, una bomba es suficiente para destruir un edificio de ocho pisos en un segundo, y finalmente todo queda reducido a cenizas. Millones de refugiados perdieron todo lo que poseían. En un país comunista, todo el que aún posee una casa o una propiedad debe pagar impuestos que son superiores al alquiler de un apartamento equivalente, hasta llegar a estar económicamente peor en comparación con alguien que no posee nada. Dios quiere que volvamos a Él y que seamos capaces de mirar las cosas materiales desde su perspectiva. Las verdades espirituales son más valiosas que las posesiones materiales.

Los que se reparten una herencia deben tener este principio incorporado, pues ¿de qué servirá crear animadversión entre los parientes a causa del dinero y las propiedades? Jesús dijo: "Si alguien te pone pleito para quitarte la camisa, déjale también la capa." (Mateo 5:40). Pablo nos aseguró que es más dichoso dar que recibir. Ese debería ser siempre nuestro principio rector al seguir a Jesús. Es un error adueñarse de las posesiones de los demás. Cualquiera que falsifique documentos o se aproveche de la ingenuidad de alguien es digno de la ira de Dios, porque Dios es un protector de los huérfanos y desamparados.


12.3 - Engañar a la Gente

El décimo mandamiento no se limita a la adquisición de propiedades, sino que también prohíbe incitar a compañeros de trabajo, sirvientes o amigos. El hecho de que los empleados estén resentidos con su jefe o tengan dificultades en su trabajo no nos da derecho a fomentar la discordia. Por el contrario, debemos desafiarles a que se queden donde están, por muchas ventajas que tengamos nosotros o ellos al cambiar de lugar. También debemos cumplir el décimo mandamiento en las iglesias, las sociedades, las escuelas y las organizaciones benéficas, ya que incitar a hermanos, hermanas o compañeros de trabajo no traerá ninguna bendición.

Puede crear graves repercusiones si alguien se inmiscuye en los asuntos de una familia y provoca que el marido o la mujer abandonen la unidad familiar con la que Dios les ha bendecido. El deseo de cambio o un profundo malentendido, e incluso una aguda disputa, nunca pueden justificar un paso tan doloroso. El mismo Jesús dice: "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre". Si alguien intenta arruinar un hogar o vincularse sexualmente con alguien fuera del matrimonio, tiene que arrepentirse de inmediato, cambiar su actitud y estar dispuesto a asumir la responsabilidad respecto a su familia. Entonces la vida tendría sentido para este individuo, y aprendería a rechazar y odiar toda forma de pecado. No albergaría ideas tan perversas como cambiar de pareja por una noche, salir de vacaciones de su matrimonio o probar otras relaciones. En vez de eso, en el poder del Espíritu Santo vivirá en genuina abstinencia de cualquier tipo de pecado, porque no se puede hacer nada aparte del Espíritu Santo.


12.4 - ¿Qué Causa Nuestra Lujuria?

El décimo mandamiento habla de ciertas personas y cosas que podríamos codiciar. Hoy podemos añadir a la lista: automóviles, instrumentos musicales, lavarropas, heladeras y ropa elegante. El hombre tiende a pensar que debe tener lo que otros tienen. El aumento del nivel de vida es en realidad destructivo y empobrecedor. Los países en desarrollo han puesto en marcha proyectos sofisticados que les hacen endeudarse hasta tal punto que ya no pueden ni siquiera pagar los intereses de las deudas. Compran máquinas modernas que ahora no se pueden utilizar porque nadie sabe cómo repararlas o sustituir las piezas averiadas. Los apóstoles de Cristo sabían la importancia de estar satisfechos con lo que tenían, y liberarse de las crecientes deudas, que pueden destruir el alma y el cuerpo. Además, Jesús dijo: "el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás" (Mateo 20:26-27). Jesús vino a restablecer todos los valores en nuestro mundo cuando oró: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños. Sí, Padre, porque esa fue tu buena voluntad...Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana" (Mateo 11:25-30)

Pablo escribió que Dios destruiría todo orgullo y arrogancia en una época en la que sólo unos pocos ricos e influyentes eran miembros de la iglesia en Corinto. El cambio de las metas de vida y la regeneración del corazón dieron un nuevo sentido a los miembros de las iglesias primitivas.

El décimo mandamiento no sólo prohíbe nuestras malas y despreciables acciones, sino que también condena nuestras intenciones secretas. El tribunal puede, hasta cierto punto, juzgar los crímenes de una persona, pero el corazón del hombre sólo puede ser discernido por Dios. Ni siquiera nosotros mismos comprendemos perfectamente nuestro corazón. A veces no podemos entender la razón por la que nuestros amigos actuaron de tal o cual manera. A veces somos un misterio para nosotros mismos. La Biblia dice: "Al ver el Señor que la maldad del ser humano en la tierra era muy grande, y que todos sus pensamientos tendían siempre hacia el mal" (Génesis 6:5). Si nos medimos con la santidad de Jesús veremos lo impuros y corruptos que somos. "Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios" (Romanos 3:23). Esto puede verse incluso en un niño que trata de salirse con la suya mediante repetidos griteríos. Los niños se burlan unos de otros, y cuando veamos el pecado que han heredado en sus vidas, rechazaremos esa teoría superficial de que "los niños son inocentes". Un niño en crecimiento hace uso de todos sus deseos, y puede ser terco y egoísta. Sin duda, hay una diferencia entre pensar el mal y hacer el mal. Nadie puede evitar la tentación, pero está llamado a resistir el mal con todo su corazón. El Dr. Martín Lutero dijo: "No puedo evitar que los pájaros vuelen sobre mi cabeza, pero puedo evitar que aniden en mi cabello". Tenemos que vigilar la tentación desde el principio, resistirla y así vencerla. Pablo escribe a menudo la expresión griega: "¡Que nunca nazca en mí este pensamiento!". La epístola de Santiago rastrea el origen de la tentación. En el primer capítulo afirma que la tentación no procede de Dios, pues Él no tienta a nadie con el mal. Pero si alguien es tentado, es atraído por los deseos de su propia carne y sangre. Obviamente, "cuando el deseo ha concebido, engendra el pecado; y el pecado, una vez que ha sido consumado, da a luz la muerte." El apóstol continúa diciendo: "Mis queridos hermanos, no se engañen. Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y que no cambia como los astros ni se mueve como las sombras. Por su propia voluntad nos hizo nacer mediante la palabra de verdad, para que fuéramos como los primeros y mejores frutos de su creación." (Santiago 1:16-18)

Un fiel cristiano debe permitir que la Palabra de Dios discipline diariamente sus deseos, sus metas y sus intenciones. La superación de los pensamientos impuros depende de nuestra entrega total a Jesús y a su gracia eterna para que podamos orar con confianza: "No nos dejes caer en tentación,

sino líbranos del maligno." (Mateo 6:13) Los cristianos tienen la convicción de que sus pecados son perdonados por la sangre de Jesús y se aferran a la justicia de Cristo que les es imputada. Por lo tanto, no pecarán deliberadamente, pues el Espíritu Santo santifica sus pensamientos y actitudes. Jesús quiere ser un Señor victorioso en todos los pensamientos de nuestros corazones. Él quiere dirigir nuestra batalla en la vida y concedernos la victoria. No se trata de una guerra santa contra un determinado individuo o nación, sino, evidentemente, contra nuestro propio e inmenso ego, contra nuestros deseos impíos que habitan en nosotros y contra las tentaciones que nos asaltan desde el exterior. Oremos y creamos lo que oramos: "Señor vivo y poderoso Salvador. Te agradezco que me hayas salvado. Por favor, no permitas que vuelva a caer en este pecado, sino líbrame del mismo y guárdame de todo mal que haya en mí. Por favor, no permitas que el maligno encuentre un hueco en mí. Tómame, Señor, y mora en mí para siempre. Limpia por completo mis pensamientos con tu sangre y santifícame plenamente con tu Espíritu, para que mi voluntad y mi deseo te agraden."


12.5 - Un Nuevo Corazón y un Nuevo Espíritu

Cuando entremos en esa guerra espiritual contra nuestro ego malvado, nos daremos cuenta de lo que Jesús quiso decir cuando dijo: "Del corazón salen los malos pensamientos". Así que no es una cuestión de protección contra las acciones malas solamente o incluso una batalla contra pecados particulares, sino que hay mucho más que hacer. Necesitamos una conciencia limpia, una mente pura y un corazón nuevo. Por lo tanto, pidamos a Jesús que cumpla sus propósitos por el poder de su Espíritu Santo en nosotros para que cada área de nuestro espíritu, alma y cuerpo sea realmente santificada por Él. No sólo nuestro cuerpo es malo, sino también nuestro espíritu y nuestra alma. El décimo mandamiento tiene como objetivo un nuevo nacimiento del viejo hombre y una renovación espiritual de sus pensamientos y actitudes. El profeta Jeremías sufrió mucho por su pueblo rebelde y recibió la gran promesa divina: "Este es el pacto que después de aquel tiempo haré con el pueblo de Israel —afirma el SEÑOR—: Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrá nadie que enseñar a su prójimo, ni dirá nadie a su hermano: “¡Conoce al SEÑOR!”, porque todos, desde el más pequeño hasta el más grande, me conocerán —afirma el SEÑOR—. Yo les perdonaré su iniquidad, y nunca más me acordaré de sus pecados." (Jeremías 31:33-34).

Dios dio una promesa similar al profeta Ezequiel cuando le reveló: "Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis preceptos y obedezcan mis leyes." (Ezequiel 36:26-27). El rey David hizo la siguiente oración de arrepentimiento 30 años antes de la revelación de estas profecías:

“Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones. Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado. Yo reconozco mis transgresiones; siempre tengo presente mi pecado. Contra ti he pecado, solo contra ti, y he hecho lo que es malo ante tus ojos; por eso, tu sentencia es justa, y tu juicio, irreprochable. Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre. Yo sé que tú amas la verdad en lo íntimo; en lo secreto me has enseñado sabiduría. Purifícame con hisopo, y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve. Anúnciame gozo y alegría; infunde gozo en estos huesos que has quebrantado. Aparta tu rostro de mis pecados y borra toda mi maldad. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación; que un espíritu obediente me sostenga. Así enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se volverán a ti. Dios mío, Dios de mi salvación, líbrame de derramar sangre, y mi lengua alabará tu justicia. Abre, Señor, mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza. Tú no te deleitas en los sacrificios ni te complacen los holocaustos; de lo contrario, te los ofrecería. El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado; tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido.” (Salmos 51:1-17).

Todo aquel que haga esta oración modelo de David recibirá una respuesta definitiva de Dios. Jesús cumplió esta profecía al afirmar: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida." (Juan 8:12) También dijo: "Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada." (Juan 15:5) Al principio de su ministerio, Jesús le aclaró a Nicodemo, un anciano de su pueblo, "Yo te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios" (Juan 3:5). Pedro afirmó esta promesa el día de Pentecostés ante 3.000 personas: "Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados —les contestó Pedro—, y recibirán el don del Espíritu Santo." (Hechos 2:38).


12.6 - Guerra Espiritual

Cuando el Espíritu Santo mora en nosotros no somos inmunes a las tentaciones. Pero el Espíritu lucha contra la carne y la carne contra el espíritu, y se libra una batalla como la describe Pablo: "Por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo" (Romanos 8:13). En Efesios 4:22-24 Pablo exhorta: "debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad." Quitarse el viejo hombre significa odiar y negar todos nuestros deseos pecaminosos para siempre. Revestirse del hombre nuevo significa ponerse a Jesús como un manto nuevo después de que Él nos haya ayudado a derrotar nuestro egoísmo original.

En esta guerra podemos sufrir derrotas cuando buscamos vivir una vida santa. Entonces debemos levantarnos rápidamente y dirigirnos a Jesús confesando nuestros pecados con franqueza. Cuando nuestro orgullo y nuestra confianza en nosotros mismos se derrumban, nos unimos de nuevo a Jesús y experimentamos su fuerza en nuestra debilidad. Esta es la única manera de alcanzar la victoria sobre el mal en nosotros mismos y madurar en el Señor. La Biblia dice: "Pues todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios." En Romanos 8:1-2, Pablo consuela a todos los que participan en esta guerra espiritual: "Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte." Si bien el Antiguo Testamento pone nuestras malas intenciones y acciones sujetas al castigo de la ley, el Nuevo Testamento nos otorga un conocimiento más profundo de nuestra condición de pecadores y, al mismo tiempo, nos exhorta a aceptar la justicia de Dios por gracia mediante la fe en Jesucristo. Nos capacita para recibir el Espíritu Santo para la regeneración de nuestra mente y voluntad. La ley de Moisés intenta evitar que caigamos, pero Jesús nos concede la justificación total y el poder del Espíritu de Dios para cumplir sus mandamientos. En tanto que el Antiguo Testamento expone el caos de nuestra vida resultante de nuestras malas intenciones, nuestro Padre celestial nos concede la justificación divina: ¡sin culpa, sin castigo! Jesús ya ha pagado el precio. Además de nuestra justificación, Él nos capacita con su Espíritu eterno para vencer al pecado. El único Dios Trino nos salva de nuestro pecado a su justicia, y nos lleva de la derrota a la victoria por el poder de su amor interior.


12.7 - El Islam y la Lujuria

El islam no conoce el cumplimiento de la ley mediante la justificación por la fe o la victoria sobre la carne por el Espíritu. El Corán afirma: "El hombre ha sido creado débil" (Sura al-Nisa 4:28). El islam, por tanto, traslada parte de la culpa a Alá. Por eso Mahoma permitió a los hombres casarse con sus concubinas junto a sus cuatro esposas para que no cayeran en la tentación (sura al-Nisa 4:25). El propio Mahoma se casó con la mujer de Zayd cuando éste era su hijo adoptivo. Con respecto a este matrimonio, Mahoma recibió una revelación especial de Alá que le permitía casarse con la esposa de Zayd y con cualquier otra mujer que se entregara a él (Sura al-Ahzab 33:37,50,51).

El Corán también revela varias veces que Alá guía a quien quiere y extravía a quien quiere (Suras Ibrahim 14:4 y Al-Fatir 35:8). En consecuencia, no hay mucha responsabilidad moral en el hombre mismo.

En las guerras santas, lo más importante era saquear y recoger el botín de guerra. A veces, los combatientes perdían las batallas porque se dedicaban prematuramente a recoger el botín y llevarlo a casa. A menudo se producían duras disputas por el reparto del botín de guerra. Las ganancias materiales y la complacencia en la lujuria suelen desempeñar un papel integral en la vida de un musulmán. Para él, la autoridad y el prestigio son una prueba de la gracia de Alá, que se manifiesta de forma llamativa en la vida de los gobernantes musulmanes. La humildad y la mansedumbre de Cristo son ajenas al islam.

Además, la venganza sangrienta no está prohibida en el islam mientras no se haya llegado a un acuerdo de restitución. Mahoma envió mensajeros personalmente para asesinar a sus propios enemigos. Los deseos egoístas del hombre no mejoran si acepta el islam, todo sigue sin cambiar excepto que se ha vuelto inmune a la salvación en Cristo. Para un musulmán, la fe en Dios Padre es uno de los pecados imperdonables. Debe tratar de salvarse a sí mismo mediante sus propias buenas obras. Las buenas obras no son principalmente actos de misericordia, sino el cumplimiento de los deberes religiosos, como la confesión de fe, la oración islámica cinco veces al día, el ayuno diurno durante el mes de Ramadán, la limosna a los pobres, la peregrinación a la Meca, la memorización del Corán y la lucha en la guerra santa por la difusión del islam. Evidentemente, el musulmán no sabe casi nada de cómo podría renovarse su corazón. Esta nueva creación no es posible porque el verdadero Espíritu Santo es desconocido en el islam (Sura al-Isra' 17:85). El musulmán entiende que el Espíritu Santo es un espíritu creado por Dios y normalmente se le considera como el ángel Gabriel. No es el espíritu del interior de Dios. Por consiguiente, la cultura y la civilización del islam son el producto de la obra de la carne. El fruto del Espíritu: amor, gozo y paz, se descuida en el islam porque se rechaza su base, la remisión de los pecados por la gracia del Crucificado.

Es fácil que el hombre se convierta en musulmán, ya que puede continuar con la misma forma de vida. Si alguien abraza el islam, puede seguir siendo polígamo en África y Asia. Los deseos físicos y materiales se prometen incluso en el paraíso: comer, beber y la gratificación sexual. La eternidad del musulmán no es más que la proyección de los deseos materialistas del hombre (Sura al-Waqi`a 56:16-37). El propio Alá no estará allí en el paraíso islámico. No hay esperanza de ningún contacto o comunión con Alá, ni hay una renovación espiritual o batalla contra el egoísmo del hombre en el islam. Moral y espiritualmente, el islam está muy por debajo del nivel del Antiguo Testamento e incomparable en valor con el Nuevo Testamento.


12.8 - Cristo, Nuestra Única Esperanza

Tenemos que asegurarnos de no permitir ningún desprecio a los musulmanes o a los judíos, pues no hay ningún cristiano, en sí mismo, que sea mejor que nadie. Sólo por la fe en Cristo volvemos a recibir la justicia y la fuerza para vivir una vida justa y santa. Jesús es la vid, nosotros somos los pámpanos y al permanecer en Él somos guardados del orgullo y podemos producir el fruto de su Espíritu. No podemos hacer nada bueno sin Jesús. Él es nuestro estándar.

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