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Home -- Spanish -- Matthew - 074 (He Who Knows His Lord)
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MATEO - ¡Arrepiéntanse, Porque El Reino De Cristo Está Cerca!
Estudios sobre el Evangelio de Cristo según Mateo
PARTE 2 - CRISTO ENSEÑA Y MINISTRA EN GALILEA (MATEO 5:1 - 18:35)
A - EL SERMÓN DEL MONTE: SOBRE LA CONSTITUCIÓN DEL REINO CELESTIAL (MATEO 5:1 - 7:27) -- LA PRIMERA COLECCIÓN DE LAS PALABRAS DE JESÚS
3. LA VICTORIA SOBRE NUESTRAS MALAS INTENCIONES (MATEO 6:19 - 7:6)

c) El que se conoce a sí mismo en el Señor, no juzga a los demás (Mateo 7:1-6)


MATEO 7:1-5
1 »No juzguen para que nadie los juzgue a ustedes. 2 Porque tal como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes. 3 »¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo y no le das importancia a la viga que está en el tuyo? 4 ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame sacarte la astilla del ojo”, cuando ahí tienes una viga en el tuyo? 5 ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, entonces verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano.
(Isaías 33:1; Marcos 4:24; Romanos 2:1; 1 Corintios 4:5)

Jesús experimentó la dureza de corazón, la hipocresía y el orgullo presentes en sus discípulos y en la gente en general. Les instó a abstenerse de juzgar a los demás, y en cambio, a examinarse a sí mismos primero. La Ley de Cristo pone al descubierto nuestras intenciones impuras y malintencionadas, sus motivos y las decisiones que surgen de ellas. Jesús aspira a transformar la raíz de nuestros pensamientos y a renovar nuestros corazones en primer lugar, para que así, nuestro pensamiento, palabra y acción sean completamente reformados.

Es esencial que primero nos juzguemos a nosotros mismos y evaluemos nuestras propias acciones, en lugar de juzgar a nuestros hermanos y hermanas. El Señor no nos ha otorgado la autoridad para juzgar a los demás. No debemos asumir el papel de un juez, convirtiendo nuestras palabras en una ley universal.

No debemos apresurarnos a juzgar, ni formular un juicio sobre nuestro hermano o hermana sin una justificación sólida, y mucho menos si es simplemente el resultado de nuestros propios celos o de nuestra naturaleza cruel. No debemos asumir lo peor de las personas, ni inferir aspectos tan desagradables de sus palabras, distorsionándolas.

No debemos juzgar sin misericordia, sin amor, ni con un espíritu de venganza y deseo de hacer daño. No podemos evaluar el estado de una persona basándonos en un solo acto, ni juzgar a alguien por cómo se presenta ante nosotros, ya que somos propensos a ser parciales en nuestra propia causa.

No debemos juzgar los corazones de los demás, ni sus intenciones, ya que es prerrogativa de Dios examinar el corazón, y no debemos usurpar su posición de Juez. No debemos ser jueces de su estado eterno, ni etiquetarlos como hipócritas, adúlteros, desviados o réprobos; eso es ir más allá de nuestro límite.

Si juzgamos a los demás, seremos juzgados de la misma manera. El que abusa del poder judicial, será llevado al tribunal. Los que más condenan, suelen ser los más condenados; todos tendrán una piedra que lanzarles. El que se opone a todos, tendrá a todos en su contra. No se mostrará piedad hacia la reputación de aquellos que no tienen piedad de la reputación de los demás.

Debemos admitir que juzgamos a los demás de manera precipitada y superficial, y los consideramos débiles o fuertes, malos o buenos, útiles o perjudiciales. A menudo los despreciamos y rechazamos, diciendo palabras inapropiadas sobre ellos. El hombre actúa como si fuera el Juez eterno. Condena a los demás y se considera bueno y digno de comprender y aceptar a los demás. Cristo rechaza firmemente esa forma de pensar y la condena como desobediencia por muchas razones:
No conocemos el interior de una persona ni los factores heredados que recibió de sus antepasados o los efectos del entorno que intervinieron en su formación desde la infancia. El que juzga será juzgado con la misma medida que él utiliza. Por lo tanto, ten cuidado de no emitir tus juicios precipitadamente sobre nadie para que no te juzgues y te destruyas a ti mismo con tus juicios despiadados.

Esto no nos impide reprender a los demás cuando practican pecados e impurezas debido a su sociedad corrupta. Algunos amigos practican la inmundicia y el adulterio utilizando como excusa la sociedad en la que viven. A esos hermanos y hermanas podemos decirles: “No debes juzgar al mundo ni a los demás, sino juzgarte a ti mismo”.

Lo que es más horrible son los que se emparejan con el mundo por descuido. Apuestan, se divierten y cometen adulterio, y si les preguntas por su comportamiento, responderían: “Es una necesidad social por la que aprendo a vivir de acuerdo con mi pareja en el futuro, mejor prevenir que lamentar.” A ésos podemos decirles: “¿Quién te dijo que este compañero cumplirá después su promesa y se casará contigo después de haber satisfecho sus deseos, y no se irá con otros, como una abeja que va de una flor a otra buscando su néctar?”.

Dios es el más misericordioso. Ama incluso a los adúlteros y a los ladrones y trata de salvarlos. Si estás obligado a juzgar a alguien, hazlo despacio, con amor y justicia, no con violencia, dureza y odio. Los demás deben percibir tu amor y tu respeto a través de tus palabras y tu comportamiento.

Si todos se conocieran a sí mismos como Dios los conoce, se avergonzarían de su propia impureza, altivez, mezquindad y de sus limitados conocimientos y habilidades en ciencias y artes. Todo hombre debe examinarse primero honestamente a sí mismo a la luz de la santidad de Dios, para que llegue a ser humilde, consciente de sus propios pecados y de su estado ruinoso, asqueado de sí mismo, quebrantada su alma orgullosa y no juzgar más a los demás, sino juzgarse primero a sí mismo. Bienaventurado el hombre que se niega a sí mismo y toma su propia cruz cada día y sigue a Jesús. Entonces su orgullo llega a su fin, y no juzga a los demás hasta haber reconocido y confesado primero su propia corrupción. El arrepentimiento allana el camino para la comprensión y el amor mutuos, y el que se quebranta espiritualmente es capaz de ayudar a los no quebrantados con su bondad y amor, y guiarlos hacia su amoroso Salvador, el mayor psiquiatra.

Cristo llama hipócrita a todo aquel que se cree mejor que los demás, desconocedor de las cosas reales, pues aún no ha percibido su propio estado. Por otra parte, Cristo libera de la vanidad a quien recurre a Él, a quien está dispuesto a aceptarlo, y lo lleva a la morada eterna de Su amor. Quien cree en el Hijo de Dios no será condenado, pero quien no cree en el Hijo de Dios ya está condenado, pues rechaza a su sustituto abnegado en el juicio final y descuida Su expiación eterna preparada para el mundo.

ORACIÓN: ¡Oh Juez eterno, ten piedad de mí, que soy un gran pecador! He juzgado y despreciado a muchos de mis amigos y líderes. Por favor, perdona mi orgullo y purifícame de la altivez para que pueda cambiar y llegar a ser misericordioso con todos como Tú eres misericordioso con nosotros. Si debo tomar decisiones sobre la vida de alguien, por favor dame sabiduría, amor y deliberación para que pueda aprender Tu voluntad primero. Por favor, ayúdame a juzgar y a negarme a mí mismo primero, a tomar mi cruz cada día y a seguirte.

PREGUNTA:

  1. ¿Por qué Cristo nos prohibió juzgar a los demás?

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