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1. Genealogía de Jesús (Mateo 1:1-17)

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MATEO 1:2-3
2 Jacob, padre de Judá y de sus hermanos; 3 Judá, padre de Fares y de Zera, cuya madre fue Tamar;

La Biblia no se opone a los hombres, sino que deja claro que todos somos pecadores, y que todo hombre que piense que su familia es irreprochable, aunque fueran reyes y profetas, se engaña, ya que nadie es justo ante Dios, ni siquiera en la familia de Jesús. Aunque es cierto que la línea familiar de Jesús estuvo marcada por el pecado, él superó la herencia negativa de sus ancestros. No fue engendrado por un padre humano, sino por el Espíritu de Dios que moraba en él. Permaneció inocente y puro, sin mancha de iniquidad, y eligió redimir voluntariamente a la humanidad.

Judá era uno de los doce hijos de Jacob, cuyos nombres dieron origen a las doce tribus de Israel. Estos hijos, en un incidente, arrasaron una ciudad entera debido a una afrenta contra su hermana (Génesis 34:1-29). También sintieron envidia de su hermano menor, José, a quien su padre amaba más que a todos ellos y a quien le obsequió una túnica multicolor. Planearon matarlo, pero Judá moderó su impulso y los convenció de vender a José por veinte monedas de plata en vez de quitarle la vida.

Además de su codicia, Judá cometió adulterio. Impidió que Tamar, viuda de su difunto hijo, se casara con su tercer hijo según la ley. Ella lo engañó y mantuvo relaciones ilícitas con él, lo que resultó en el nacimiento de Fares (Génesis 38). Es vergonzoso que los nombres de estas tres personas: Judá, Tamar y Fares, estén presentes en la genealogía de Jesús. El Hijo de Dios descendió para mostrar que incluso los codiciosos, adúlteros y pecadores pueden ser redimidos, revelando y presentando a todos sin excepción.

Cuando Jacob bendijo a su hijo Judá, afirmó la autoridad suprema de Cristo para redimir a los pecadores. Lo comparó con un león, al que todos sus hermanos y naciones obedecerían (Génesis 49:8-12). Juan, el evangelista, comprendió el misterio de esta profecía y escuchó el llamado de los ancianos en el cielo que decían: "El León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido" (Apocalipsis 5:5-10). Aunque Juan esperaba ver al gran león, lo que vio fue a un cordero sacrificado, que mediante su sangre redimió a elegidos de todas las naciones, quienes serán sacerdotes reales para siempre. Jesús cumplió las promesas hechas a su antepasado Judá.

ORACIÓN: Te adoro, Santo Cordero de Dios, porque mereces toda bendición, gloria, riqueza y alabanza. Venciste al maligno en el mundo y entre tus seguidores, sacrificando tu vida por mí. Te pido que venzas mi atracción hacia el pecado, ya que no soy mejor que Judá o Tamar. Límpiame de mis pecados y santifícame por completo.

PREGUNTA:

10. ¿Cómo se cumplió en Jesús la promesa sobre Judá, hijo de Jacob?

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